domingo, 28 de junio de 2009

VINDICACION DE LOS CUBANOS por osvaldo raya


A mi amigo el bloggero Carlos M. Paez, que en este tema piensa como yo.

Cubanos: No hay otra. La única causa de nuestras penurias y de una economía ineficiente y estúpida es el tirano. El Usurpador es quien, desde 1959, ha provocado intencionalmente la pobreza de nuestro país para poder tomar el control de nuestras vidas y erigirse como nuestro único proveedor y salvador, luego de habernos usurpado la propiedad sobre los medios de producción, de habernos inmovilizado y arrebatado el derecho a la gestión personal o familiar.

Ahora el gobierno comunista se está dedicando a difamar del pueblo que gobierna. Ahora está empeñado en demostrar que toda la miseria y descalabro no se debe ya tan sólo al embargo económico americano sino a la mala cabeza del cubano en si, a su pereza, a su indisciplina, a su falta de empeño, a su supuesta idiosincrasia vagabunda, a su improductividad y relajamiento de carácter. El gobierno dice que el cubano es vago e irresponsable. Mas… ¿cuál será el propósito de semejantes afirmaciones? Todo el mundo sospecha que ya el régimen se adelanta a decir que el cubano es ineficiente e inútil para, en caso de que se elimine el embargo norteamericano, seguir justificando la ineficiencia que sólo es inherente al sistema socialista totalitario y no a la idiosincrasia del cubano. Puede que el gobierno desacredite al cubano con el mero objetivo de justificar lo injustificable pero yo creo que hay un objetivo, aún más peligroso y macabro, detrás de todo esto.

Al pintar al pueblo cubano como un pueblo de vagos e indisciplinados, la dictadura no hace más que alentar el desencanto y desestimular el deseo que muchos tienen en el mundo de ayudar e invertir en la libertad de Cuba. Y lo digo porque… ¿quién va a querer apoyar --o luchar-- por un pueblo sin virtudes, que le gusta la miseria, quejumbroso, derrotado, casi estúpido e irresponsable, contento de sus ruinas? ¿Quién podría dar la vida por un pueblo improductivo e indisciplinado que le gusta vivir en el fango y en el caos?

Al gobierno comunista no le conviene la exaltación del virtuosismo que los cubanos hemos demostrado a lo largo de la historia. No hay más que recordar la república maravillosa que logramos levantar en pocos años y acordarse de las cosas extraordinarias que han logrado nuestros compatriotas en el exilio, en tierra extraña, donde han levantado ciudades enteras y son allí los cubanos políticos prominentes, hombres de negocio de mucho éxito, profesionales y artistas extraordinarios que empezaron de cero y hoy son ejemplo de hombres sacrificados y hacendosos. Cubano quiere decir progreso, maravilla. Éxito. El cubano se niega a quedarse con los brazos cruzados y aun ante la enorme adversidad se alza y no se rinde y cuando cae no pasa mucho que ya se lo ve que se levanta. ¡Entonces no me vengan con que somos un pueblo que no merecemos la libertad porque somos una banda de pecadores y vagabundos!

A la dictadura le gusta que el mundo se fije en nuestras lágrimas, en nuestras flaquezas, en nuestra indigencia, en nuestros pecados y ruindades. Y sí, hay lágrimas, hay flaquezas y hay hasta indigencia ‒como en todos los países que sufrieron el despotismo y el desdén de su gobierno‒; sí, pero hay mucha virtud y mucho de qué enorgullecerse. Mucha más gente con espíritu invencible y laborioso que gente derrotada y vencida. Muchos que no se resignan a ser el mero cerdo del corral. ¡Que se sepa!: Un cubano es un potencial de maravillas, un individuo poderoso, productivo, soñador, atrevido y capaz. Muy ‒pero muy‒ capaz. Ser cubano no es ser pobre o miserable ni él está a gusto con vivir en una ciudad descuidada y arruinada por sus gobernantes ni se siente en su agua con la pobreza y el desorden. Ser cubano es signo de prosperidad, de disciplina y creatividad, de vitalidad y virtud.

Y un pueblo virtuoso merece ser libre. Los cubanos lo somos. Mostremos, pues, porque también es parte de la verdad, nuestra grandeza y esa gran cantidad de cualidades envidiables que posemos los nativos de una tierra excepcional y preciosa. Mostremos nuestros prodigios, que también son nuestra verdad. Cubano no son sólo los que hurgan en la basura para encontrar comida o comen de los residuos de alimentos que alguien tiró en medio de la acera, no son solo los que llegan a la conclusión de que todo está perdido y que no hay más opción que resignarse y cubanos no son unicamente las prostitutas y los proxenetas o los estafadores de la Habana Vieja. Cubano son también los que están presos ‒y lo fueron los que dieron sus vidas‒ por eso, porque están enamorados de las virtudes de su pueblo y creen en él y luchan por él. Cubanos son los bloggeros de exilio y los de la isla que no se resignan al silencio y a toda costa hacen valer su derecho a expresarse libremente y se expresan pese a todos los pronósticos fatalistas y pese a todas las barreras que se interponen, pese a esa cotidiana provocación o invitación a dividirnos y quebrar nuestra unidad en la lucha. Cubano quiere decir pueblo arrollador, pueblo invencible. Ahí están en La Habana y en Miami o están en Europa muchos cubanos dispuestos a sacrificar lo que sea por tratar de llevar a ese pueblo hacia la democracia y la libertad porque saben que vale la pena luchar por hombres y mujeres así, como los cubanos. Cuba es grandeza. ¡Ah... pero nadie movería un dedo ni haría nada por un pueblo vago, ni apoyaría a la disidencia ni escribiría en los blogs ni denunciaría en los foros internacionales a la dictadura sino está convencido de estar defendiendo a un pueblo valeroso! El tirano lo sabe y por eso se siente a gusto difamando de los cubanos, exaltando sus caídas y no la fuerza con que será capaz de levantarse.

¡Quien desconozca nuestras virtudes y exalte demasiado nuestras imperfecciones, en una hora decisiva como ésta, es en sí nuestro enemigo; porque desalienta y desestimula la solidaridad y el apoyo a la causa de nuestras libertades! ¡Dése por enemigo de la causa cubana quien no exalte la virtud de este pueblo o quiera sustituirla por cualidades nefastas! ¡Y sépase que somos los cubanos más que merecedores de una sociedad mejor y de un país con un estado de derecho, democrático y libre! ¡El que lo dude... que lea historia, que lea nuestra literatura, que se entere de lo que hemos sido capaces y seremos capaces los cubanos!

A saber: ¿Por qué creéis que José Martí escribió aquello de Vindicación de Cuba, ante la difamación y ofensa hacia el pueblo cubano de cierto periódico norteamericano de la época?
¡Gracias, Dios mio, por hacerme nacer en esa tierra de hombres prodigiosos!¡Viva Cuba! ¡Vivan los cubanos!

martes, 23 de junio de 2009

ARIEL SIGLER AMAYA esta en peligro de muerte en carcel de Cuba

URGENTE: ACABO DE ESCUCHAR LA VOZ DESESPERADA DE LA MADRE DE ESTE PRESO DE CONCIENCIA CUBANO DENUNCIANDO COMO A SU HIJO LO ESTAN DEJANDO MORIR EN LA PRISION DE ARISA, CIENFUEGOS, CUBA... EL REGIMEN COMUNISTA SOLO HA PERMITIDO QUE LA MADRE LO VIESE POR UNOS CORTISIMOS 20 MINUTOS... ELLA LO ENCONTRO EN UN ESTADO DEPLORABLE... EL ES UN HOMBRE QUE ENTRO FUERTE Y SANO A LA PRISION Y YA ESTA QUE PARECE UN CADAVER....ARIEL ESTA ENFERMO Y NO TIENE LA ATENCION MEDICA DEBIDA PORQUE ES INTENCION DEL REGIMEN DEJARLO MORIR... NO SE... NO SE CUAL ES ESA TOLERANCIA QUE DICEN UNOS PLUMIFEROS POR AHI QUE TENGO QUE TENER CON QUIENES COQUETEAN CON LA DICTADURA CUBANA, ESPECIALISTA EN EL CRIMEN.... SEAMOS FIRMES, DUROS CON LOS CRIMINALES, INTOLERANTES; PERO, POR EL CONTRARIO, CADA DIA MAS SOLIDARIOS CON LOS HOMBRES DIGNOS COMO ARIEL SIGLER AMAYA
DESDE AQUI, ARIEL, TE TRASMITO MI AGRADECIMIENTO DE CUBANO Y TODO -TODO- MI APOYO ...DIOS TE BENDIGA... TODOS SOMOS RESISTENCIA.

domingo, 21 de junio de 2009

EL PATERNALISMO por osvaldo raya

El paternalismo es aquella sobreprotección que, lejos de estimular la creatividad y poner en funciones todas las facultades propias, las obstruye y deja activados los espejismos de una vida estable y segura en la que no parecen útiles, por martirizantes, el taller y la forja. La paternidad en su versión más absurda y humillante, somete pero acomoda; coquetea con nuestra más oculta haraganería. Es muy atractivo andar por el camino que ya fue apisonado por otros, sin necesidad de esforzarnos en apartar o derribar las malezas.

Siempre es oportuno recalcar que todos necesitamos desprendernos de la vida superpuesta y añadida por las religiones, las filosofías y la educación familiar y general. Precisamos de una vida propia. Pero no está de más intentar explicarnos por qué, a pesar del valor que le damos a la libertad, nos la dejamos arrebatar tan fácilmente.

Y es por eso, por el temor al caos. A la falta de valor para enfrentarnos al libre albedrío, al frío de la intemperie. Y a la falta de arrojo para echar a andar la maquinaria arrolladora de nuestro espíritu incansable. Es el horror ante la idea de quedarnos solos con nuestras propias fuerzas. El pánico al error. La desconfianza en nuestras posibilidades de crecimiento y superación. Y es también ese instinto acomodaticio, el deseo vergonzoso e indigno de que nos traigan la comida a la jaula, sin el riego que entraña salir de cacería; como si no nos sintiésemos seguros de nuestra capacidad de supervivir si nos dejasen a merced de nuestros propios recursos y facultades. Es el miedo a que vaya a faltarnos la estabilidad económica o emocional. Es fobia por el cambio. Es falta de coraje para romper el cordón umbilical con aquellos que nos humillan pero, al par, aparentemente, nos garantizan una vida segura. O tal vez es el instinto de pertenecer a una tribu, a un partido político, a un equipo de fútbol, a una familia… a alguien. Es sentirse que tenemos un dueño y que él es el responsable de nuestras vidas.

Hay en el hombre común una inaceptable –pero potencial y secreta– tendencia a repeler la libertad; con tal de sentirse protegido por algo que llamaremos padre, que nos enfaja y disciplina. Pero el punto es éste: saber diferenciar gato de liebre. Porque es verdad que el hombre sin funda, sin un molde primario –sin base–, se vuelve incoherente y sin forma. Sin un padre que les diese respuestas a todas sus preguntas, los niños se dislocan y desatienden sus tareas. El orden –el padre– es prioridad para la definición de un carácter.

Pero acaso el único paternalismo que debemos aceptar es el de aquél que nos dio la vida y que, equivocado o no –eso no importa–, nos disciplinó y protegió. Él nos dotó de los primeros conceptos y de una base para poner los pies. Y no podemos confundir la parte hermosa de ese sentido de pertenencia a la familia y a la colectividad, en aras de la cooperación y el intercambio, con aquella debilidad de renunciar a la lucha por la vida a fin de que otros luchen por nosotros, aun en detrimento de nuestra libertad. No debemos confundirnos. La libertad es también un instinto. Y nuestro primer sentido de pertenencia debe ser encaminado hacia la pertenencia de sí.

Es cierto que nos hace falta la faja y la funda para sentirnos estructurados y coherentes y para poder contar con una base a partir de la cual podríamos levantar nuestro gran edificio. Es cierto que necesitamos pertenecer al grupo. Saber que tenemos un guía, un padre. Es cierto. Es necesario. Pero una vez que nos sintamos constituidos y maduros, que podemos arriesgarnos a salir en pos de satisfacer por nosotros mismos nuestras necesidades y de reajustar aquellos conceptos, aquella base que nos dio nuestro padre; una vez que comenzamos a crecer, tenemos que ser capaces de responsabilizarnos de nuestras vidas y de luchar con independencia de carácter. Y no culpar, después, de nuestras faltas, a nadie más que a nosotros mismos.

El hombre, antes de ser un ser social, debe ser hombre y, entonces, socializar –primero– consigo mismo. Debe encontrarse a sí y reconocer todas sus magnificas facultades. Antes de hacer reclamos sociales, revoluciones sociales; antes de luchar por la libertad y los derechos de su pueblo y de su raza, deberá reclamar, de su propio yo, todo lo que exige de los gobiernos y las instituciones. Hay que enseñar a cada individuo el poder que ejerce sobre su propia persona, la potencialidad que va consigo, la cantidad de virtudes y de herramientas personales y hasta de métodos originales con los que puede contar, tan pronto decida independizarse de sus protectores. Edúquese, primero, a cada hombre –y a los pueblos– en trabajar y resolver, por sí, sus problemas; antes de susurrarle odio y alentar en él el reclamo violento y revolucionario. Aliéntese, desde la cuna, la confianza en lo propio y a no esperar por que alguien venga, en su caballo magnifico y legendario, a protegerlo y a darle lo que él no es capaz de conseguir a través del empleo sensato y libérrimo de sus facultades. Toda criatura deberá crecer convencida de que nadie más tiene la autoridad de hablar por ella e interpretar sus deseos. Y nadie mejor que la propia persona ha de luchar por lo suyo y abrir la vía por la que ha de andar. Y claro que es bienvenida toda mano solidaria pero respetuosa de nuestras libertades. A propósito, el gran cubano José Martí comentaba a finales del siglo XIX: «Y cansa ya oír hablar tanto a los hispanoamericanos ignorantes de la frecuencia de las revoluciones y de la incapacidad de sus gobiernos. Cumpliera cada uno con su deber de hombre y los gobiernos donde sean malos, habrían de ser mejores. Dejen de vivir como lapas inmundas, pegada a los oficios del Estado.» (*) Demasiado padre es un dictador. Entonces… ¡bienvenida la orfandad, impostergable y necesaria! Y uno ya, desde temprano, debe irse preparando para ser padre de sí. Por eso, cuando le abrimos la jaula, el pajarillo no quiere irse. Porque ya se acostumbró, a la vida pasiva, el pajarillo. Pero el hombre no es canario. Sus alas son más grandes. Y le urge un cielo ancho: un espacio infinito.

Queremos tener mamá y papá toda la vida. Queremos una esposa maternal o un esposo paternal o un gobierno paternal. Entonces a veces nos parecemos al pajarillo, acomodado y rutinario, que está feliz en su cárcel, recibiendo de manos de su amo el alimento. Somos los culpables de las tiranías, de las personas que se erigen dueños de nuestros destinos. Es sólo nuestra culpa ceder, por cómodos y por cobardes, nuestros poderes, a otros. Y por ignorantes.

Pueblo vagabundo, pueblo indigente, es el que le entrega a su supuesto salvador todas las responsabilidades y poderes; de manera que sea este último quien les resuelva todo, abandonando la capacidad de cada cual y la propia fuerza y voluntad y los derechos a determinar libremente los destinos. Los pueblos así son cómplices de sus tiranos. Y hasta los merecen. Se vuelven hembra los hombres que permiten que otros hombres decidan por él y acaban pagando demasiado caro por su incapacidad o cobardía.

Pueblo sabio es éste, el que está decidido a enseñarle a los suyos a no temerle a la soledad ni al desamparo. El que les dice a sus hijos que la vida es así, dura; pero que Dios no nos pone tareas que no podamos cumplir. Que todos estamos dotados para vencer los muros y llegar. Los jóvenes deben saber, con urgencia, que estamos, los hombres, hechos para andar por un camino propio. Y triunfar.

Cuando asumimos un discurso critico y afirmamos que la humanidad está muy mal o que va por mal camino, parece que olvidamos que la humanidad somos cada uno de nosotros y que en cada cual comienza la humanidad. No se trata de una abstracción ni una expresión retórica sino algo tan tangible como nuestra individualidad. Cuando yo mejoro, mejoramos. Cuando yo soy libre, nos liberamos. Un pueblo empieza a ser libre cuando cada uno de sus individuos decide serlo. No pueden, los pueblos, esperar por los gobernantes ni los filósofos ni por los padres, para ser libres y salir adelante. Ni tampoco puede uno esperarlo todo de ese raro dios, que es padre. Esperémoslo todo del Dios que no es padre; es decir, aquél que representa y es lo mejor de nosotros mismos, lo más elevado.

(*): Martí, José: Obras Completas; t. 21, p. 386. Editorial Ciencias Sociales. La Habana, 1975

jueves, 18 de junio de 2009

HABLAR DE POLITICA por osvaldo raya

Yo creo que únicamente se puede decir que uno habla de política allí en donde hay democracia y elecciones libres y constantes consultas con los electores. Discutir entre amigos cuáles de los partidos de la contienda será el ganador y hacer comentarios sobre el presupuesto anual para un municipio o una provincia o cuestionar el trabajo de cierto alcalde, eso sí es hablar de política. Pero comentar acerca de unos pistoleros que violan la constitución o la cambian a su conveniencia o la irrespetan descaradamente y asaltan como pandilla montuna el poder, con la promesa de futuras elecciones y luego no cumplen y se quedan por más de cincuenta años estableciendo esa especie de régimen esclavista-feudal, eso entonces no es hablar de política. Cuando la gente habla acerca de las gangas o sobre asaltantes de bancos o de piratas que secuestran un barco o una ciudad o un país entero, no puede decirse que se habla de política. Una cosa es condenar la prepotencia y los desmanes de secuestradores y ladrones y otra, es hablar de política.

No se diga entonces que los cubanos hablamos de política cuando nos acaloramos y drenamos nuestra rabia cada vez que nos referimos a los desmanes de la pandilla revolucionaria y comentamos con indignación ese discurso de mafioso de su comandante en jefe, tan cargado de energías satánicas y hasta de palabras que, al repetirlas y repetirlas, resultan como mantra vudú; a que queden como zombis los auditorios europeos o de algunas academias de los Estados Unidos ‒proclives al izquierdismo. Ni se llame politico al pandillero.

Pero he aquí mi consigna y no es consigna política: ¡Hay que acabar con la delincuencia en Cuba; es decir, luchemos contra los Castros y sus seguidores!
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sábado, 13 de junio de 2009

LOS PALESTINOS por osvaldo raya

Aun en ruinas, La Habana no deja de decirnos que ella fue una gran ciudad y sus ciudadanos ‒ahora generalmente empobrecidos y famélicos o vestidos con harapos reciclados y lentejuelas hechas, tal vez, con el cobre de los retazos de alambres eléctricos o con trocitos de vidrio de algún vitral vuelto añicos por un niño beisbolero de La Plaza Vieja‒ viven todavía con ese donaire metropolitano y con ese prurito de hombre más pulido y con más acceso que los provincianos al roce con los turistas. Está claro que en la capital se tenía ‒y se sigue teniendo‒ mayor contacto con el exterior que el resto de los pueblos y ciudades de nuestra islita, convertida, hoy, en una enorme cárcel. Yo sé que la dictadura comunista se ha esforzado en convertir a los habaneros en campesinos, llevándolos forzosamente al campo y a los campesinos, en capitalinos; llevándolos forzosamente a la ciudad. Las tradiciones entonces se fueron atrofiando con el tiempo y ya casi nadie sabe por fin, a ciencia cierta, cuáles son las cosas típicas de su región y hay modales extraños en la capital y modales extraños en las provincias.

Dicen que en el oriente sí hay hambre y hay miseria y que casi todo el mundo vive en la indigencia. La región más oriental y montañosa de Cuba ‒precisamente escenario de la guerra de guerrillas que en 1959 llevó al triunfo a las hordas encabezadas por el Usurpador‒ ha sido abandonada por los mismos que prometieron dignidad y progreso para esa zona. Lo que si hizo la Revolución fue sembrar el odio y desfigurar el mapa del país. Y sumir en la inopia y la opresión a todas las provincias. Y allá, a La Habana, llegaron camiones y camiones de jóvenes orientales, sacados de los montes y de los rincones más apartadas de Santiago de Cuba y Guantánamo, para desempeñar el rol de policía y apoyar esa especie de estado de sitio permanente que el gobierno ha implantado a lo largo del país y sobre todo a los libertinos e irreverentes chicos del barrio de El Vedado o de Centro Habana. De la noche a la mañana, se convirtieron en los más odiados ‒y hasta el hazmerreír‒ de la ciudad por eso, porque, con aquel acento tan distinto y aquella evidente ignorancia de la cultura universal y aquel irritante desconocimiento de cómo eran las costumbres en la Villa de San Cristobal de La Habana, interceptaban, a diestra y a siniestra, a todo joven que pasaba; a fin de retenerlo y pedirle documentación y explicación de qué cosas cargaban en su jolongo y por qué y hacia dónde. Ellos, a quienes no culpo porque son otra víctima más del régimen en el que siempre creyeron con cierta ceguera y obedecen aún y veneran, quizás a causa de esa proverbial ingenuidad montuna ‒o pureza‒, ellos se vieron de repente con cierto poder nada menos que en la urbe donde se estrenan en la corrupción revolucionaria, en el odio revolucionario, en la vanagloria y la soberbia revolucionarias. Aquellos sanos campesinos recibieron un apurado entrenamiento que los despojó de la proverbial ingenuidad ‒o pureza‒ y ya se los puede ver, muy orgullosos, como si fuesen miembros de algun club de heroes o de una pandillita de bravucones del barrio, formando parte del aparato represivo que patrulla los lugares de la bohemia habanera. Son como un enjambre de bestias sigilosas o de aves carroñeras que merodean las largas filas y la entrada a las salas cinematográficas ‒o de los teatros‒, los días del Festival de Cine o del Festival de Teatro. Tienen fama de hacer rondas nocturnas y madrugadora para molestar y pedir documentos en los parques preferidos de la juventud que gusta de guitarrear y hacer versos en la Avenida de los Presidentes. Recuerdo que estos miembros de la Policía Nacional Revolucionaria asaltaban ‒porque otra cosa no era sino asalto‒, para disolverlas, las improvisadas tertulias en los banquillos de granito rojo de la intercepción de la calle Línea y la Avenida de Paseo de los Alcaldes o los grupitos que surgían espontáneamente a largo de La Rampa para discutir toda clase de temas prohibidos en los alrededores de la Casa del Té o de la Cinemateca de Cuba…

Y en trenes que parecían carromatos de gitanos ‒y eso parecían, gitanos o palestinos‒ llegaron también la tía del policía y la prima que traía el sueño de vender su bien dotado cuerpo en la puerta de algún hotel de lujo y la novia o la esposa con sus críos para instalarse en improvisadas casas de cartón en la periferia urbana y hasta en el mismísimo centro, entre los escombros de lo que fueran fastuosas mansiones o elegantes edificios que antaño sobresalieron por su garbo y no como ahora que ni luz eléctrica tienen ni caños para el agua y son como la sombra triste de aquella prosperidad de la que hablaban con orgullo nuestros padres y abuelos. Pero el mismo gobierno que provocó, cuando le convino, la inmigración de orientales, ahora los tiene por ilegales o indocumentados y hasta les exige una especie de visa para viajar a la capital.

Aun en ruinas, vivir en La Habana es como el paraíso; porque allí el hambre es menos hambre ‒no mucho menos‒ que en el resto del país y la escasez es menos escasez ‒no mucho. Allí el gobierno trataba de disimular la represión ‒aunque no siempre lo lograba‒ para no llamar la atención de la prensa extranjera ni del cuerpo diplomático radicado en la capital y no en las provincias. Ellos ‒los orientales, llamados, también, los palestinos‒ siempre habían soñado con vivir en La Habana, así como cada habanero sigue soñando con vivir en Miami.
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miércoles, 10 de junio de 2009

DESDE CUBA LLEGAN NOTICIAS ESPELUZNANTES por osvaldo raya

Esta tarde, mientras conducía por la afamada Calle Ocho de Miami, iba ‒yo‒ escuchando un programa de Radio Mambí en el que la doctora Labrada, a través de telefonemas, intercambiaba opiniones con su radio-audiencia acerca de la salud pública en general y, en particular, de las penurias ‒y las calamidades‒ que todos los días pasan los cubanos que viven en la isla, cada vez que se enferman y acuden al hospital que el gobierno del Usurpador les tiene asignado. El caso es que un oyente llamó e hizo una denuncia que merece que sea conocida con urgencia por la opinión pública internacional. Él explicó que en estos últimos días había tenido comunicación con unos parientes que viven en el pueblo de Morón, en la provincia de Ciego de Ávila, y que éstos le contaron que, hasta la fecha, hay once pacientes fallecidos ‒y se espera que haya muchos más‒ porque se les había estado administrando, con frecuencia, como parte de un tratamiento de quimioterapia, unos sueros vencidos, bastante pasaditos de los límites que indican su caducidad.
...Pero todos, en la Cuba comunista, cuentan con asistencia médica gratuita. Claro, también los cerdos en su corral ‒y los esclavos en sus chozas‒ reciben los servicios de su veterinario sin que éstos ‒los cerdos y los esclavos‒ tengan que pagar, de su bolsillo, ni un centavo. Los cerdos ‒y los esclavos‒ gozan ‒si acaso gozan‒ de otras muchas gratuidades por parte de sus amos.

domingo, 7 de junio de 2009

HOMENAJE A LA CROQUETA por osvaldo raya

¡Ay Dios mío… aquellas croquetas que a uno se le pegaban en el cielo de la boca! Allá por los ’70 la cosa estaba mala en Cuba, tanto como en los ’80 y en los ’90. Y en la década actual, también. Sí, porque la cosa siempre estuvo ‒y está‒ mala desde que el Usurpador tomó el poder en 1959. Es decir; que la historia nacional, desde aquel fatídico año hasta la fecha, no ha sido otra cosa que una sucesión de crisis, en las que lo común era la escasez de alimentos y la racionalización. Lo que pasa es que cada una de estas crisis tuvo su propia distinción: en una se habló mucho de la carne rusa y el spam chino; en otra, del huevo y de los chicharos y luego, de aquel polvo de color cenizo y compuesto de supuestos nutrientes especiales que pretendía sustituir la leche y que se conocía con el nombre de Cerelak. Y ya por el último, sobresalió el famoso picadillo de soja que era una mezcla diabólica de carne molida y soja ‒pero más proteína del vegetal que del animal‒, lo cual más bien parecía alimento para dinosaurios.

Y volviendo a la croqueta: Siempre quise homenajearla. Incluso, en aquella época, llegué a pensar que la croqueta debería ser considerada como un símbolo patrio, algo que debería formar parte del escudo de la nación. Es que ‒quiera o no‒ tengo que recordarla con cariño; porque, aunque sabía a chirle de cabritos pastoreados en el planeta Urano o a denso caldo de zapato viejo ‒como aquel sazonado por Chaplin en una de sus películas‒, tengo que reconocer que me mató mucha hambre durante mi juventud. No había otra cosa que croqueta en todas las cafeterías de La Habana. Y le decían la cosmonauta porque se pegaba en el cielo de la boca. Tú ni te dabas cuenta de que ella ‒o algún residuo de ella‒ estaba aún ahí, aferrada, fiel a ti; para que volvieras a masticarla y a saborearla por segunda vez, ya cuando había pasado un buen rato de que supuestamente te la habías comido. Me acuerdo que era difícil despegarla porque era como una estrella sin luz en nuestro firmamento ‒o cosmos‒ bucal. A mí nunca me importó; pero jamás se supo de qué estaban hechas. Una vez oí un comentario de que las hacían con la sobra de lo que dejaban en los comedores de obreros o de escolares. Que molían todo aquel sancocho y lo convertían en una pasta seca a la que después le daban forma y la dejaban lista para freír. Puede ser. No lo dudo. Es que cualquier cosa puede esperarse de un gobierno que desprecia a su propio pueblo y lo ve como si fuese su ganadería o su lote de esclavos y le da igual lo que le pone en los abrevaderos del corral o en las alacenas de los barracones.

Todavía después de tantos años y aquí en el exilio, me reviso bien la boca; no sea que…
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sábado, 6 de junio de 2009

PETITS POIS por osvaldo raya

En la época de mi adolescencia dejé de ver algunas de las cositas ricas que hube disfrutado en mi primera infancia. Eran los efectos devastadores de la Revolución que, desde el mismo día del triunfo, sacó sus garras y avanzó en su proyecto de hacer involucionar a un país que había conocido la prosperidad. Los cubanos, entonces, estrenamos, en nuestra historia, la pobreza provocada, la premeditada escasez de alimentos y de artículos de primera necesidad. Luego de la eliminación de la propiedad privada, el gobierno impuso la tenebrosa tarjeta de racionamiento y bajo el pretexto de una filosofía colectivista e igualitarista y el supuesto acoso del imperialismo norteamericano, cada individuo debería renunciar a su capacidad de autogestión y someterse a los designios del Estado. El amo, en persona, nos echaría la comida en el plato y se encargaría de decidir por nosotros qué nos convendría comer y cuánto y cuándo.

Eran los 70’s y yo extrañaba el pan de molde pasado por la tostadora, al que después se le untaba mantequilla o mayonesa. Pero para esta fecha ya no había ni pan de molde, ni tostadora y mucho menos mantequilla o mayonesa. Sin embargo, lo que más extrañaba eran los petits pois. Por suerte en aquellos momentos estaban pasando en el cine Trianón una película húngara, de aquellas muy lentas y aburridas ‒como las checas, las rusas, las búlgaras, y todas las del campo socialista‒ que las autoridades de la cultura revolucionaria habían impuesto a los cubanos; con tal de que dejásemos de preferir la cinematografía del enemigo: la de Hollywood. Y digo por suerte porque, aunque el cine estaba vacío a causa de que nadie quería empujarse ‒ni yo tampoco‒ aquella idiosincrasia tan ajena ni oír aquella lengua tan ruda y no latina que sonaba como una explosiva estridencia en el oído del cubano, yo asistía una y otra vez a las funciones. Empero, la única escena que me interesaba era aquélla de cuando los personajes se preparaban aquel delicioso desayuno con pan tostado y mantequilla y un plato repleto de petits pois. La boca se me hacía aguas pero yo me metía dentro de la película y desayunaba en Budapest.

martes, 2 de junio de 2009

LOS DECEPCIONADOS por osvaldo raya

Los que añaden a su blasón los símbolos que anuncian el linaje de caballeros derrotados y se declaran decepcionados de la humanidad, están muy confundidos o son demasiado ingenuos o tontos o ignorantes. Hay quienes no se percatan de que la humanidad no es una abstracción… y es que, de serlo, a qué pues decepcionarse de ella. Cada hombre es la humanidad o la humanidad empieza justamente a partir de cada hombre; de ahí que quien se decepcione de ella no está sino decepcionado de sí mismo como individualidad y parte imprescindible del conglomerado humano. Y es que aquél que con tanta saña critica a su propia especie y enumera uno tras otros los errores del hombre a lo largo de su historia y arenga a favor del mejoramiento humano ‒pero en el fondo miente y le parece hipotética la menor mejoría‒ en las tribunas en las que sabe que puede, con éxito, arrancar de los grandes auditorios prolongadas ovaciones, parece que ignora ‒o se olvida o no es sincero y lo que quiere es pavonearse y ganar puntos‒ que no hacen falta megáfonos ni podios para conversar, como padre de sí, consigo mismo, hacia dentro, hacia la entraña más remota de la individualidad. No hay ágora más atenta que aquella que un solo hombre forma consigo mismo ni momento más oportuno que la soledad y el silencio para arengase a sí y sacudir el alma con tal de que ésta reaccione y salte de un bote desde lo infernal hasta lo alto o lo más cercanamente posible de Dios. Y es que uno debe ser, al par, orador y auditorio y llamar al hombre, que es acaso uno mismo y es también ‒a la vez‒ toda la humanidad concreta y representativa, a que enmiende sus errores y trabaje por superarse y trascender.

Y digo más. Yo les digo a los cubanos ‒mis compatriotas‒ que si alguno se siente decepcionado de ese pueblo nuestro que parece ‒sólo digo parece porque, cuando no se lo conoce bien, se duda de él y se deja uno llevar por las pasmosas apariencias‒ haber aceptado tranquilamente la infamia o parece ‒parece porque no es así‒ no haber movido un dedo por su libertad o no querer moverlo para salirse de una vez y por todas del tirano que lo pisotea y masacra desde 1959; yo les digo, a ésos, que se equivocan; porque lo que pasa es que no puede un cubano estar decepcionado de los cubanos sin estar primero decepcionado de sí mismo, como persona. Hay que decir que muchos no se han enterado aún de que Cuba no es una abstracción ‒como no lo es la humanidad‒ y que en cada cubano empieza Cuba y no es justo que se añada al escudo de este pueblo valeroso la marca de la frustración y el desencanto personales. El cubano que quiera que su país mejore, que empiece por mejorarse a sí propio y a valorarse más y así ya no tendrá que sentirse decepcionado de lo que él mismo es parte y conforma de manera decisiva. No hay Cuba sin cubanos. Lo más tangible de nuestro país es cualquiera de sus nativos. Un cubano malo hace peligrar el futuro. Pero muchos ‒muchos‒ cubanos buenos y superiores son la garantía innegable de una patria mejor y un futuro envidiable. Entonces dígase que Cuba mejorará cada vez que alguno de nosotros sea mejor. Y si algún compatriota decepcionado siente que somos un pueblo sin remedio y que no merecemos la libertad que nos falta, que vaya, pues, él solo, a la consulta del psicoanalista y se atienda por fin su baja autoestima.

No todos los hombres están decepcionados de la humanidad o de sí mismos ni todos los cubanos de Cuba o de sí mismos. Son muchos ya los cubanos que han empujado y siguen empujando con la fuerza y con el espíritu de verdaderos titanes a favor de un país próspero e iluminado, y de un mundo digno de los planes divinos.
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FREEDOM FLIGHT

FREEDOM FLIGHT
por ANGEL PEREZ pintor cubano-americano