miércoles, 27 de enero de 2010

HOMENAJE A JOSE MARTI poemas de Osvaldo Raya


UN PARIENTE MUY CERCANO

«Yo no lo vi cuando lo vi. Yo era un muchacho de once años y Martí era un llegado. Me dio curiosamiento verlo hablar con mi mamá, muy diligente en sus decires (…) Yo nunca estrené escuela pero sé que José Martí sirve para vivir»

Salustiano Leyva (campesino de la zona oriental de Cuba)

Cuando yo te conocí la muerte no existía.

Tú nunca fuiste un muerto‒

sino un pariente cercano que solía visitarme,

con mucha más frecuencia que cualquier otro pariente.

(Aunque eran también tu parentela

los niños de la escuela‒

y los del barrio).

Mamá me hablaba de ti todos los días

y yo solía salir cada mañana,

sin merienda;‒

pero con una flor

para ponerla en el busto de yeso que te honraba

en mi aula de kínder,

al pie de la bandera.

…Y es que fue tan bonito crecer a tu amparo‒

que no tuve oquedad que no llenaras!


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MARTÍ

«O Captain! my Captain!

[…] Here Captain! dear father!»

Walt Whitman

Oh capitán,

mi capitán,

─capitán de los cubanos,─

qué lejos está el puerto─

y qué distante nuestra islita de sí misma!

…Tan ciegos nos quedamos sin tus ojos

que, cuando apenas empezábamos el viaje,

naufragamos!

Y tan necios, fuimos─

y tan sordos!

Oh maestro sempiterno!

Oh sabio Utnapishtim ─magnífico avatar,─

perdónanos!

domingo, 24 de enero de 2010

MNEMOSINE por Osvaldo Raya

Mucho daño hacen los desmemoriados a las causas justas. Está de moda emprenderla contra los que se resisten a olvidar y a no pasar sin más ni más la página. Es que ahora resulta que referirse despectivamente a la comunidad cubana de Miami ‒aferrada al patrimonio de su memoria‒ y burlarse de su prensa y de la línea que llaman de intolerancia y odio, es como la formula mágica para encajar ‒por ejemplo‒ en el ambiente centrista de Europa, con lo cual se garantiza una imagen de algo así como de un tipo distinto de cubano disidente, tolerante y equilibrado ‒preferiblemente amnésico y alienado‒, sin aquellas pasiones que supuestamente deslucen la causa de la democracia. Y tan empeñados, están, estos chicos, en mostrarse más inteligentes y más flexibles que sus compatriotas de la Florida y a la altura de esos cambios ‒o maquillajes‒ de la posmodernidad, que hasta llegan a ser capaces de reconocer ciertos logros de la Revolución y de coincidir con el régimen de La Habana en su reclamo contra el embargo norteamericano, que llaman, como a la usanza oficialista de los Castro, bloqueo. Éstos ‒los del exilio light‒ son los que creen que con dar la espalda y desentenderse del aburrido tema cubano y estar mejor al tanto, por ese pragmatismo de la sociedad de consumo, de su nueva inmediatez ‒a saber: los asuntos de negocio, los pagos pendientes de arriendo o de facturas crediticias‒ y que con empinar sus cañones ‒no contra el causante de los males de la patria‒ sino contra los que no cesan ni un minuto de reivindicarla, ya se dan por bienvenidos en la nueva ola de la izquierda y, de paso, ya se saben aceptados y sin ningún problema y con toda garantía ante las autoridades de la isla, cuantas veces decidan visitar a los que se quedaron. Pero esa postura ‒tan bonita y lógicamente muy humana‒, si hurgamos en su fondo, no es otra cosa que coqueteo con la dictadura. Y es cobardía.

Actuar de acuerdo con la rectitud que demandan nuestros principios y quemar las naves, no será muy civilizado ni bien visto por allá, por la España de Zapatero o por Italia o Alemania; pero es muy viril y definitorio y preferible para los que sí no hemos perdido la memoria y no acabamos ‒ni nunca acabaremos‒ de encontrar ni una sola virtud en quienes han fusilado y encarcelado a miles de cubanos y mantienen en la miseria criminal a un pueblo que será más virtuoso cuanto más vea las manchas y odie más a sus opresores. Sin eso que llaman odio ‒y es odio‒y sin esa intolerancia ‒que lo es‒, nadie podría lanzarse a luchar por el amor y la libertad. Nadie podría decir que aspira a derrocar a su oponente. El patriotismo ‒termino declarado por los chicos de la moda relativista como arcaísmo‒ no exige de nosotros quedar bien bonitos en la foto de la prensa extranjera; porque hay una foto más fea que la de nuestro resentimiento y nuestra rabia y es aquella cara detestable y de viejete hijo de puta del Comandante en Jefe, aquel que precisamente inventó el odio y tiró la primera piedra.

Nos hace falta esa memoria ‒fresca y activa‒ que estimula al guerrero en su combate. Ésa que ante los ojos de algunos desubicados o de pensamiento demasiado frágil y casi mujeril ‒so pena de ser la nueva generación supuestamente llamada a cambiar la faz del exilio cubano‒ es venenoso rencor y discurso envejecido. A éstos, supongo que les habrá de parecer igualmente criticable la recia memoria de los judíos quienes aún, luego de tantas décadas del Holocausto, no cesan de revisar sus heridas y levantar monumentos. Y no. No hay que prestarle demasiada atención a los asustadizos ni tratar de complacer a ese nuevo tipo de exiliado ‒más cool, menos tropical‒ ni a sus amiguitos de la izquierda europea. Pasemos de ellos y pongamos otra vez de moda nuestra rabia gloriosa. Recordar todo el tiempo ‒todo el tiempo‒, como si la patria nos prohibiese olvidar, a cada uno de nuestros muertos, de nuestros presos, de nuestras madres adoloridas y nuestras viudas.

De todos modos, recordémonos a nosotros mismos; porque cada cubano ‒cualquiera que haya vivido Cuba en estos últimos cincuenta años‒ en mucho ‒y no en poco‒ ha sido victima del despotismo totalitario de la ya vetusta sociedad comunista. Alguna herida tiene; alguna mutilación, frustración o carencia. Y si olvidásemos esas heridas, esas mutilaciones, frustraciones o carencias, ‒insisto‒ no sería posible tener el valor para sacrificarse por la libertad. Sin memoria ‒que es conocimiento‒, no hay patria: «Conoceréis la verdad y la verdad os hará libres.»

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miércoles, 20 de enero de 2010

EL SEXO por Osvaldo Raya


video: Tito el Bambino EL AMOR

Cuando uno se desviste, se desviste. Y hemos de quedar totalmente al desnudo; de modo que no haya más piel superpuesta en nosotros que esa finísima y apenas perceptible membrana espiritual que sirve de necesaria frontera entre las individualidades.

A la hora del sexo urge quitarse la almidonada casaca o el recio miriñaque, como quien se sale de un molde ajustadísimo y se derrama, libre y virginal; y retorna, pues, aquella pureza originaria de cuando la espontaneidad del amor no estaba corrompida por los reclamos de la educación y la vida correcta.

El sexo es lo que nos queda de la vida salvaje que alguna vez vivió en este planeta nuestra especie y, en esta hora en la que sólo funcionan las acciones auténticas, hay que abrirle la jaula a la bestia que aún subyace en nosotros y llevarla a campo abierto; a que respire y no se nos ahogue ni se nos pudra adentro. Pero luego, cuando todo acabe, habrá que someterla y encerrarla otra vez. Entonces cada uno de los amantes ha volver a ponerse su pesado vestido y retomar lo recto y amoldado; para que sigan siendo posibles el orden y la convivencia civilizada.

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GRACIAS A DIOS HA GANADO SCOTT BROWN !

martes, 12 de enero de 2010

JOSÉ MARTÍ, EL MÁS GRANDE DE LOS NUESTROS por Osvaldo Raya

Pero ¡cómo es que osan ciertas lombrices, que apenas han salido de su légamo, redactar tanta gerundiada ‒tanto fárrago‒, lo cual no es sino reflejo de un pensamiento tartamudo, lleno de pausas, afeminado y estúpido; para hablar de los que tienen el pensamiento elevado, sin pausas, muy viril y brillante! ¡Cómo creer que criaturas menores ‒comunistas solapados y sin solapa, traidorzuelos y traidores, ratas políticas, intelectuales vendidos al mejor postor ideológico, patriotas de tipo light o cool con propuestas cobardes, vergonzosas, indignas‒; en fin, seres oscuros, descreídos del amor y de la divinidad humana‒; cómo creer que puedan valorar en toda su magnitud la obra ciclópea de un hombre como José Martí! ¡Cómo se atreven, so pena de homenajearlo, a profanarlo descaradamente!

Aquel Utnapishtim cubano ‒nuestro apóstol‒ sabía, como nadie, de los tamaños humanos. Y a estas lombrices que profanan ‒porque ni la comprenden ni podrían comprenderla‒ la grandeza de los grandes Martí les dedicaba esta reflexión: «Yo sé muchas cosas y, entre otras, sé lo que debe sentir una margarita cuando se la come un caballo!–» O este otro comentario recogido también de sus Cuadernos de Apuntes: «¡Qué ventura, que no me entiendan! y ¡qué dolor, si me endendiesen!»

Y no muchos lo entendieron en su tiempo y no creo que ahora ya se lo haya comprendido en su justa medida. Martí es infinito, insospechable, celestialmente humano. Y no era ordinario sino extraordinario y conocía muy bien el precio de pertenecer a una dimensión superior. El no ignoraba la falsedad de la pretendida igualdad humana y que el alma que es águila no es igual al alma que es sierpe. No puede ser igual. Hay ciertamente una escala espiritual, un merecimiento trascendente, una evolución, un largo proceso de mejoramiento universal. Pero él estaba consciente de formar parte de lo alto y por eso se dirigía así a su suegro en una significativa carta: «Dondequiera que he estado, he tenido, aun a pesar mío, halagador renombre;‒y éste siempre me lo he conquistado en un día solo. Así logré a mi Carmen. Así haré mi fortuna. Nada en mí sigue hasta ahora la vía de las existencias ordinarias.» O advertía en otro de sus Cuadernos: «Me salvo de los hombres, y los salvo a ellos de mí.‒ Vengo a la preocupación, que viene de afuera, y a la ambición, que viene de adentro. Yo soy, pues, un hombre valeroso. Pero sufro. No se vive más que en la comunidad.» Siendo así, aconsejaba, en una carta a María Mantilla ‒quien fuera como su hija‒ lo siguiente: «Para la gente común, su poco de música común, porque es un pecado en este mundo tener la cabeza un poco más alta que la de los demás, y hay que hablar la lengua de todos, aunque sea ruin, para que no hagan pagar demasiado cara la superioridad.– Pero para uno, en su interior, en la libertad de su casa, lo puro y lo alto.–»

Entonces… ¡que callen los enanos o que no se erijan en intérpretes de lo que no conocen o no alcanzan a ver, ni encaramados en la cima de sí mismos! ¡Y que respeten al mas grande de los nuestros!

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sábado, 9 de enero de 2010

ELEGIA A GLORIA AMAYA por Osvaldo Raya

Una gota de lluvia no es la lluvia pero cada gota de lluvia contiene sus propios relámpagos y ya basta para anunciar hermosos aguaceros a lo largo y a lo ancho del universo humano. Y una gota de llanto ‒una lágrima‒ no es llanto; pero es como gota de lluvia y contiene también sus propios relámpagos, sus truenos, sus redobles de tambor para la próxima batalla. Y basta una sola gota iluminada con sus propias bengalas para celebrar, muy pronto, a lo largo y a lo ancho de la patria, nuestra victoria y la muerte rotunda del tirano.

No podemos decir que hemos llorado por ti, querida Gloria ‒Madre Mártir‒; porque una sola lágrima no es llanto. Pero con cada gota nuestra ‒que no es llanto ni lluvia‒ hemos llenado el cielo de todos nuestros relámpagos: Únicamente la luz puede ser tu homenaje. La luz, la libertad.

Gracias por todo, Gloria Amaya, Madre Mártir!

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GLORIA AMAYA: OTRO CRIMEN DEL GOBIERNO CUBANO

domingo, 3 de enero de 2010

LA UNIDAD DEL EXILIO CUBANO DE MIAMI Y OTRAS IES SIN PUNTO por osvaldo raya

Pongamos el punto: Lo que está dividido es la nación cubana. No el exilio. El exilio es ‒¡gracias a Dios!‒, como cualquier otro grupo humano inteligente, muy heterogéneo. Y eso no es problema. Siendo así, no perdamos la perspectiva ni tanto tiempo en esa autocrítica constante que tan sólo sirve para que alguien, camuflado en carita refrescante y renovadora, haga al fin ese sucio trabajo al servicio ‒ya no muy inteligente‒ de la Inteligencia Cubana y convoque a la unidad del exilio cubano y al entendimiento entre viejos y jóvenes: ¡Ojo con eso!

Ya veo que van dando tumbos, como desesperados, los castristas, allá en La Habana, en las oficinas de Línea y A; a ver cómo hacen para ocupar nuestros espacios y nuestras plazas aquí en Miami ‒¡e, incluso, nuestro Versailles!‒ y se los puede imaginar muy deseosos de agrupar, malintencionadamente, bajo un unitario ‒pero oscuro‒ manto, a muchos buenos cubanos de la diáspora confundidos y avergonzados de la supuesta desunión. Hasta hay quienes andan proclamando a toda voz ‒o a toda internet‒ lo urgidos que debemos estar los exiliados de lograr cambios en la presunta mala imagen del exilio ‒como si alguna vez algún refugiado político de cualquier país ‒o luchador por la libertad‒, a lo largo de la historia del mundo, quisiese lucirle bien a su enemigo o como si fuesen bonitas la claudicación y el repliegue.

¡Cuidado, cuidadito, eh, y que no vayan a crecerle demasiado las alas a esos que arguyen por ahí la necesidad de nuevas caras y nuevas estrategias que atraigan a la mocedad de los cubano-miamenses! Es que todo esto ‒lo de hacer atractiva entre las juventudes la causa cubana‒ me hace recordar el estilo decadente ‒o las tácticas cantinflescas‒ de Robertico Robaina, cuando era el secretario general de la U.J.C. (Unión de Jóvenes Comunistas de Cuba). Me acuerdo que, por aquellos días de Robertico, el gobierno pretendía hacer más atractivo su discurso revolucionario y, de paso, asegurarse de que los jóvenes olvidasen el hambre y los insoportables apagones; para lo cual la U.J.C. hasta llegó a interrumpir muchas clases en las escuelas secundarias y preuniversitarias; con tal de que la muchachada participase de un gran tinglado de consignas y bailes, con globos y matracas, en medio de una plaza o de un parque. Y todo muy animado con la lambada o la música de la Charanga Habanera.

¡Huy… huy… huy!: ¿Megáfonos, en Miami, con la Charanga Habanera; para atraer a los jóvenes? ¿Tan estúpida es la juventud cubana del exilio y tan poco patriótica? Yo sé de muchísimos jóvenes ‒casi todos los que conozco y con los que me relaciono todos los días‒ que no precisan escuchar la flauta de Hamelin para conminarlos a luchar por Cuba. Creo que so pretexto de exaltarla y darle un papel preponderante en el exilio, ofenden a nuestra juventud; a la que sí no hay que convencer ‒porque ya está firmemente convencida‒ de la urgencia de liberar a Cuba. ¡Entonces, ahora, que cambie la estratagema la trasnochada KGB cubana; porque el tiro le ha salido por la culata! (Quizá van a tener que enviar a la Florida agentes mejor entrenados y mejor pagados). ¡Ah… y a otros con el cuentito de que Castro traicionó la Revolución y que por acá debemos ser algo así como los verdaderos revolucionarios! ¡Que convenzan a su abuela! Yo no soy ‒ningún otro patriota querrá serlo‒ un revolucionario sino un restaurador.

No, no son tan inteligentes los de la Inteligencia Cubana. Ni somos tan tontos por acá. Ni yo soy el único que está sobre aviso acerca de este tema.

Y que quede claro ‒clarito‒: que el exilio no es quien tiene que cambiar sino la sociedad cubana allá en la isla. Y es que sólo una fecha de vencimiento tendrá nuestro ardiente deseo de ver a Cuba libre; por lo que no hay nada envejecido aquí, en el exilio, ni nada que cambiar y sí muchísimo para conservar o restaurar, como lo son la pasión y el patriotismo y esa rabia sagrada que tanto atacan nuestros detractores pero no es otra que aquella misma que mantuvieron invariablemente, sin acomplejarse por ella y sin pretender modernizarla o refrescarla, los guerreros independentistas en el siglo XIX.

Sépase, además, por todo ello, que ninguna generación de auténticos exiliados está en conflicto con la otra y que los viejos no están en contra de los nuevos. Es que… ¿para quiénes lucharon en su tiempo y siguen luchando, aún con sus setenta y ochenta años, sino para la juventud, para los hombres del mañana? ¿Para quién es la Cuba nueva que soñamos sino para los nuevos cubanos? ¿Qué otro sentido tienen nuestras rabietas de hombres heridos en el cuerpo y en el alma sino el deseo de que las nuevas generaciones disfruten de la libertad? Yo mismo no la quiero para mí, que voy por los cincuentitantos; porque ya tengo vida aquí y no tengo demasiadas fuerzas como para reubicarme y reinstalarme nuevamente. Tampoco sé yo que ningún señor del primer exilio cubano ‒del que un grupo de ingratos se mofa de su ganado titulo de historico y al que llama intolerantes y desfasados‒ quiera la libertad de Cuba para sí o para, una vez destronado el tirano, ir con esta mucha edad a recuperar la casa destartalada y mustia de La Habana ni a reconstruir una vida que tienen más que consolidada aquí, cerca de la calle ocho, en su querido Miami. Todos ellos bien habrían podido desentenderse de la lucha cubana y disfrutar de las comodidades y beneficios que consiguieron con mucho esfuerzo en tierra extraña y, sin embargo, encabezan la lista de los más esforzados y ejemplares luchadores.

Empero ‒y sonrío con sorna‒ he oído ya, en estos días y por estos lares ‒o he leído en algún blog‒, cierto discursito predeterminado, como de agentito al que no le completaron el entrenamiento ni la paga, pedir la colaboración y, sutilmente ‒pero no muy sutil‒, la contrición de nuestros mayores. Y lo peor no es el discurso sino los incautos que lo aplauden. Pero ¡habráse visto cosa igual!: ¡Dios mío… qué falta de respeto! Más bien los más jóvenes deberían pedir a los más viejos que no, que no cambien, que mantengan esa nobleza y esa solidaridad con los que sufren en la isla y afinquen aún más ese evidente amor y esa consideración con los más jóvenes y esa compasión y entrega. Es que todos sabemos que, a la larga, es la juventud ‒más que nadie‒ la que acaso podrá disfrutar, a plenitud, de una sociedad mejor. Más bien los de todas las generaciones deberían honrar y bendecir, con profundo agradecimiento y con el respeto que merecen, a esos veteranos que todavía no han tirado la toalla en esta guerra de más de cincuenta años.

Entonces… ¡que no jodan más con la cantaleta de que hay que unir al exilio y de que hay que cambiarlo! No perdamos ‒como ya dije‒ la perspectiva, que no se nos vaya el patín aceptando excesivamente las críticas o pasándonos de autocríticos. Tengamos en cuenta que, al revés y al derecho ‒comoquiera que lo pongan‒, quien tiene que cambiar o rejuvenecerse no es el exilio ni es la unidad una táctica de lucha sino el propósito de la lucha. E insisto ‒porque urge insistir‒ en que desde hace mucho tiempo ‒y todavía‒ el exilio histórico y todos los exilios somos fervientes colaboradores de la juventud y que es precisamente para ella para quien trabajamos por la libertad y la democracia.

Y si a alguien se le olvidó; pues que recuerde que lo que divide a los cubanos en los de allá y los de acá es el tirano y que ésta es ‒y no otra‒ la única división de la que debemos preocuparnos, tal vez ‒y acaso‒ podemos reclamar o sugerir mayor coordinación entre todas las organizaciones de exiliados para llevar a cabo acciones o actividades conjuntas; pero coordinación no es homogeneidad sino respeto de nuestras hermosas y válidas heterogeneidades. En tanto, recordemos siempre que, como fue el tirano el que dividió a los cubanos, debemos emprenderla contra el tirano ‒si es que de veras nos interesa la unidad. La lucha por la libertad no es otra cosa que una lucha por la unidad definitiva de nuestro pueblo. Y dígase bien y afírmese mil veces que lo que nos divide no es la heterogeneidad de nuestras opiniones ni las fantasmagóricas diferencias entre una generación de cubanos y la otra sino la tiranía comunista. Y repito: no se trata de luchar con unidad sino por la unidad. Unirnos es el fin y no la vía. Sólo la libertad unirá a los cubanos. Enfoquémonos en ella. Ese es el punto.

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FREEDOM FLIGHT

FREEDOM FLIGHT
por ANGEL PEREZ pintor cubano-americano