Pero ¡cómo es que osan ciertas lombrices, que apenas han salido de su légamo, redactar tanta gerundiada ‒tanto fárrago‒, lo cual no es sino reflejo de un pensamiento tartamudo, lleno de pausas, afeminado y estúpido; para hablar de los que tienen el pensamiento elevado, sin pausas, muy viril y brillante! ¡Cómo creer que criaturas menores ‒comunistas solapados y sin solapa, traidorzuelos y traidores, ratas políticas, intelectuales vendidos al mejor postor ideológico, patriotas de tipo light o cool con propuestas cobardes, vergonzosas, indignas‒; en fin, seres oscuros, descreídos del amor y de la divinidad humana‒; cómo creer que puedan valorar en toda su magnitud la obra ciclópea de un hombre como José Martí! ¡Cómo se atreven, so pena de homenajearlo, a profanarlo descaradamente!
Aquel Utnapishtim cubano ‒nuestro apóstol‒ sabía, como nadie, de los tamaños humanos. Y a estas lombrices que profanan ‒porque ni la comprenden ni podrían comprenderla‒ la grandeza de los grandes Martí les dedicaba esta reflexión: «Yo sé muchas cosas y, entre otras, sé lo que debe sentir una margarita cuando se la come un caballo!–» O este otro comentario recogido también de sus Cuadernos de Apuntes: «¡Qué ventura, que no me entiendan! y ¡qué dolor, si me endendiesen!»
Y no muchos lo entendieron en su tiempo y no creo que ahora ya se lo haya comprendido en su justa medida. Martí es infinito, insospechable, celestialmente humano. Y no era ordinario sino extraordinario y conocía muy bien el precio de pertenecer a una dimensión superior. El no ignoraba la falsedad de la pretendida igualdad humana y que el alma que es águila no es igual al alma que es sierpe. No puede ser igual. Hay ciertamente una escala espiritual, un merecimiento trascendente, una evolución, un largo proceso de mejoramiento universal. Pero él estaba consciente de formar parte de lo alto y por eso se dirigía así a su suegro en una significativa carta: «Dondequiera que he estado, he tenido, aun a pesar mío, halagador renombre;‒y éste siempre me lo he conquistado en un día solo. Así logré a mi Carmen. Así haré mi fortuna. Nada en mí sigue hasta ahora la vía de las existencias ordinarias.» O advertía en otro de sus Cuadernos: «Me salvo de los hombres, y los salvo a ellos de mí.‒ Vengo a la preocupación, que viene de afuera, y a la ambición, que viene de adentro. Yo soy, pues, un hombre valeroso. Pero sufro. No se vive más que en la comunidad.» Siendo así, aconsejaba, en una carta a María Mantilla ‒quien fuera como su hija‒ lo siguiente: «Para la gente común, su poco de música común, porque es un pecado en este mundo tener la cabeza un poco más alta que la de los demás, y hay que hablar la lengua de todos, aunque sea ruin, para que no hagan pagar demasiado cara la superioridad.– Pero para uno, en su interior, en la libertad de su casa, lo puro y lo alto.–»
Entonces… ¡que callen los enanos o que no se erijan en intérpretes de lo que no conocen o no alcanzan a ver, ni encaramados en la cima de sí mismos!
http://osvaldo-raya.blogspot.com/
MUY BUENO . MIS FELICITACIONES. YO SOY MARTIANO
ResponderEliminarUN ABRAZO
LAZARO DANIEL
Estupendo tu escrito!!!
ResponderEliminargracias y un abrazo
Osvaldo quien mejor que tu para hablarnos de "El Apostol"
ResponderEliminarRepresentas al verdadero Marti y lo colocas en una dimension insospechada.
Un saludo,
Muy buen escrito,y muy a la medida para algunos que tratan de hablar del Maestro para sus intereses mezquinos.
ResponderEliminarAsere cubano:
ResponderEliminarQue post mas bueno, soy un ferviente seguidor de la obra martiana, de hecho en la bienvenida de mi blog lo evoco, eres un maestro Osvaldo.
saludos.