A la hora del sexo urge quitarse la almidonada casaca o el recio miriñaque, como quien se sale de un molde ajustadísimo y se derrama, libre y virginal; y retorna, pues, aquella pureza originaria de cuando la espontaneidad del amor no estaba corrompida por los reclamos de la educación y la vida correcta.
El sexo es lo que nos queda de la vida salvaje que alguna vez vivió en este planeta nuestra especie y, en esta hora en la que sólo funcionan las acciones auténticas, hay que abrirle la jaula a la bestia que aún subyace en nosotros y llevarla a campo abierto; a que respire y no se nos ahogue ni se nos pudra adentro. Pero luego, cuando todo acabe, habrá que someterla y encerrarla otra vez. Entonces cada uno de los amantes ha volver a ponerse su pesado vestido y retomar lo recto y amoldado; para que sigan siendo posibles el orden y la convivencia civilizada.
...es una realidad!
ResponderEliminarme encanto el relato!
un abrazo
En candela!
ResponderEliminarMuy bonito Osvaldo...
Que bueno esta este escrito Osvaldo.
ResponderEliminarNunca se me hubiera ocurrido narrar y sustentar los deseos sexuales de esta forma tan amena y romántica.
Eres un maestro colega.