Demasiado pardo tiene el ojo el cíclope que se asoma sigiloso y espía ‒de mercenario de los enanos‒, en la obra grande, el laboreo constante del hombre extraordinario. Y el hombre ordinario no entiende al que trabaja fuerte por lo imperecedero y monumental; ni lo entiende ninguna criatura menor, de esas que piensan que todo en la vida se pudre y no queda; y suelen, entonces, dar las espaldas a las verdades mayores, por no saberlas tan tangibles como el pan sobre la mesa y el licor o como el vicio articulado con el chantaje de la Muerte o escudado tras los temores por la fugacidad de la vida. Lo que envenena al mundo y lo atrasa de su mejoramiento, es precisamente la visión oscura ‒y muy corta‒ de los que no pueden ‒o no quieren‒ abarcar toda y en su magnífica dimensión la empresa de lo eterno.
Y allá van, como a formar inarmónica comparsa, el petimetre y el mediocre; y a poner en el megáfono el discurso de lo singular e intrascendente. Y como creen que el tumulto y la sumatoria y la opinion generalizada y la exaltacion de la boberia es consenso, se atreven, pues, a levantar, contra los nobles y centrados hacedores, la tribuna infame. Y es que hay cierta chusma con el mohín de la academia que todos los dias lanza, como venablos envenenados, sus diatribas y acusan de idealista o de orador decimonono o de rigido al que tiene fe y confia en lo esencial y sustancioso y escribe o habla con palabra recia a la vez que desprendida de apegos y elevada. Pero mas bien provoca risa aquella especie de ameba impostora --y muy densa-- que aun anuncia como blasón su apego a lo alternativo y ligero y proclama como exclusiva la autoridad consensuada de la internet o de cierto renombrado especialista. De ahi que haya tanto escribidor de libros hueros o articulista o comentarista que se trabe siempre en asuntos de periferia y en sus propios ‒o relativos‒ gerundios y no se comprometa ni consigo mismo y mucho menos con lo tremendo y divino. Da pena que muchos intelectuales --pseudointelectuales-- hayan tomado partido, igual que adolescentes trasnochados, al lado del hombre común y rebelde --como el Angel Caido-- tan enfrascado en su manía de desacralizar lo que es sagrado o de disminuir su impacto en las almas buenas y, de tal modo, colocar en descrédito el altruismo y la virtud; a fin de embotellar lo desechable y venderlo como bueno.
Pero no. El sacrificio sí vale. Y vale pensar en la eternidad y en la trascendencia de nuestras palabras y de todo nuestro espiritu. Y la Patria y Dios merecen --y el Amor y la Poesia y la Libertad-- que le hagamos un espacio importante en medio de nuestra atropellada vida cotidiana. Y nuestros sueños también lo ameritan y nuestras hambres más universales y trascendentes. Hay que salirse del tren de lo ordinario y enrumbarse al cielo, más alto aún y emprender, definitivamente, la obra que requiere de nosotros, lo potencial y extraordinario.
http://osvaldo-raya.blogspot.com/
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