[Este trabajo fue la ponencia de este blog para el CONGRESO VIRTUAL INTERNACIONAL DE BLOGGEROS POR LA LIBERTAD Y CONTRA EL TOTALITARISMO]
El lenguaje es revelador de nuestro pensamiento y con él se trasluce el nivel alcanzado por nuestro espíritu: su altura o su bajeza. Un espíritu inferior escribe así, como párvulo y uno superior, sin embargo, nos hace salir enriquecidos y engrandecidos de su lectura o su charla. Y claro que la superioridad o inferioridad no está relacionada con la escolaridad o instrucción ni con el entrenamiento lingüístico. No vaya pues el tonto a pretextarlos. Ni so pena de la juventud y del desenfreno de las pasiones se justifique la carencia de madurez y contundencia. He tenido ante mí a apasionados jóvenes ‒ni siquiera muy letrados‒ que han llegado a estremecerme por su madurez y su altura y de quienes hasta he aprendido bastante con su conversación. Ellos hablan bien ‒redactan bien‒ porque piensan ordenadamente y están únicamente concentrados en trasmitir su mensaje. El éxito de su retórica está ‒en efecto‒ en la superioridad de sus espíritus y en la lealtad a las ideas que defienden. Son de esos chicos auténticos que tienen los pantalones y la moral bien enfajados y no están interesados en el aplauso ni en las lentejuelas que acicalan el ego.
El alma habla por la boca o por la tinta. Lo que uno escribe devela quién es uno y hasta las intenciones más ocultas, los vericuetos para llegar al verdadero propósito de lo escrito, sea cual fuere el tema que se aborde. No sé, por tanto, cómo se atreven y se arriesgan a teclear un texto, a fin de publicarlo, el insano, el necio, el egocéntrico, la criatura en estado embrionario y primitivo o el soldadito apenas bien artillado. Aquel que tiene desorganizado el pensamiento, tal cual se expresa y redacta párrafos informes e incomprensibles. Cuando uno lee lo que alguien escribió sin respeto de sí y del lector, cuando uno lee algo así escrito sin pensar, como el desentendido que embarra el lienzo y lanza con los ojos cerrados sus locas pinceladas, se siente uno mal ‒muy mal‒ y muy perdido, enredado en la maraña de palabras y no sabe, al cabo, de qué va la parrafada. Y es eso, que se descuida la coherencia y el orden; por lo que puede deducirse fácilmente que hay interés por cualquier cosa menos por comunicar cabalmente y aportar alguna idea. A veces uno espera alimentarse con lo que lee y aliviarse del dolor que padece o aprender o simplemente entretenerse o relajarse pero se frustra porque no hay palabra detrás de la palabra sino muecas. Y espejismo resulta, acaso, la letra impresa y abismo o erial.
Se sabe que abundan ‒y es lamentable‒ composiciones en las que ‒por ejemplo‒ en el segundo párrafo ya el autor contradice lo que dice en el primero y el lector se aturde y se cansa y se echa hambriento y sediento al final de la página. Es triste comenzar una lectura y darse cuenta enseguida de que estamos ante un fárrago o una sarta de oraciones distróficas que nos dejan la sensación de haber sido testigos de un ripio de ideas. Insisto: La mala redacción no tiene que ver tanto con la falta de conocimientos gramaticales como con la ausencia de contundencia espiritual y de objetivos claros a la hora de decir. Da pena toparse con autores que están tan enfrascados en llamar la atención ‒a veces hasta con expresiones soeces y estridencias‒ para que se los tenga por polémicos e interesantes y que están tan empeñados en producir una bomba publicitaria o en escandalizar a los lectores que no les importa atropellar y oscurecer el discurso ni hacer añicos el hilo y la idea central. He leído muchos artículos publicados en la internet que no le encuentro ni pie ni cabeza y salgo de leerlos y por fin no llego a ninguna conclusión y ningún sabor me dejan y ninguna hendija donde pueda enterarme de cual postura o posición ideológica o política o religiosa tiene su autor. So pena de una sospechosa humildad y de un supuesto respeto a la imaginación y opinión de los lectores, se dice sin decir y entra el lector en innecesarios vericuetos, trampas, arenas movedizas, abismos camuflados, laberintos. Y a veces hay mas pluma que ave y nada se dijo y huera e inútil resultó la parrafada. Pero todo esa palabra escurridiza e intrincada ‒toda esa gerundiada‒ en verdad es cobardía, flojera, exceso de artificio y mucho ‒mucho‒ miedo al compromiso. A eso le llamo escribir por escribir. Y el que sabe de gramáticas, sabe bien que está no ante un inexperto sino ante baboso, ante un alma que se repliega y se deja arrastrar por los narcisismos de la moda relativista y posmoderna. Por eso el lector se pierde e ingenuamente se culpa a sí mismo de su incapacidad o de su falta de cultura por no haber entendido; y no sabe, pues, el lector, que la incapacidad es la del autor y la torpeza y la falta de contundencia en el espíritu.
El que no tenga nada que decir, que se calle y el que no haya cultivado el espíritu sobre bases bien firmes o no haya curtido la piel del alma. Los narcisistas no tienen nada que decirle a los que buscan en un artículo o en un libro la verdad o los que anhelan pilares para sus causas justas. Y aburre mucho leer al exhibicionista o al wannabe. Dígase que la vanidad y el snobismo atrofian el buen decir y no precisamente la carencia de oficio. Estos ‒vanidad y snobismo‒ son los verdaderos enemigos de la buena redacción.
El lenguaje es revelador de nuestro pensamiento y con él se trasluce el nivel alcanzado por nuestro espíritu: su altura o su bajeza. Un espíritu inferior escribe así, como párvulo y uno superior, sin embargo, nos hace salir enriquecidos y engrandecidos de su lectura o su charla. Y claro que la superioridad o inferioridad no está relacionada con la escolaridad o instrucción ni con el entrenamiento lingüístico. No vaya pues el tonto a pretextarlos. Ni so pena de la juventud y del desenfreno de las pasiones se justifique la carencia de madurez y contundencia. He tenido ante mí a apasionados jóvenes ‒ni siquiera muy letrados‒ que han llegado a estremecerme por su madurez y su altura y de quienes hasta he aprendido bastante con su conversación. Ellos hablan bien ‒redactan bien‒ porque piensan ordenadamente y están únicamente concentrados en trasmitir su mensaje. El éxito de su retórica está ‒en efecto‒ en la superioridad de sus espíritus y en la lealtad a las ideas que defienden. Son de esos chicos auténticos que tienen los pantalones y la moral bien enfajados y no están interesados en el aplauso ni en las lentejuelas que acicalan el ego.
El alma habla por la boca o por la tinta. Lo que uno escribe devela quién es uno y hasta las intenciones más ocultas, los vericuetos para llegar al verdadero propósito de lo escrito, sea cual fuere el tema que se aborde. No sé, por tanto, cómo se atreven y se arriesgan a teclear un texto, a fin de publicarlo, el insano, el necio, el egocéntrico, la criatura en estado embrionario y primitivo o el soldadito apenas bien artillado. Aquel que tiene desorganizado el pensamiento, tal cual se expresa y redacta párrafos informes e incomprensibles. Cuando uno lee lo que alguien escribió sin respeto de sí y del lector, cuando uno lee algo así escrito sin pensar, como el desentendido que embarra el lienzo y lanza con los ojos cerrados sus locas pinceladas, se siente uno mal ‒muy mal‒ y muy perdido, enredado en la maraña de palabras y no sabe, al cabo, de qué va la parrafada. Y es eso, que se descuida la coherencia y el orden; por lo que puede deducirse fácilmente que hay interés por cualquier cosa menos por comunicar cabalmente y aportar alguna idea. A veces uno espera alimentarse con lo que lee y aliviarse del dolor que padece o aprender o simplemente entretenerse o relajarse pero se frustra porque no hay palabra detrás de la palabra sino muecas. Y espejismo resulta, acaso, la letra impresa y abismo o erial.
Se sabe que abundan ‒y es lamentable‒ composiciones en las que ‒por ejemplo‒ en el segundo párrafo ya el autor contradice lo que dice en el primero y el lector se aturde y se cansa y se echa hambriento y sediento al final de la página. Es triste comenzar una lectura y darse cuenta enseguida de que estamos ante un fárrago o una sarta de oraciones distróficas que nos dejan la sensación de haber sido testigos de un ripio de ideas. Insisto: La mala redacción no tiene que ver tanto con la falta de conocimientos gramaticales como con la ausencia de contundencia espiritual y de objetivos claros a la hora de decir. Da pena toparse con autores que están tan enfrascados en llamar la atención ‒a veces hasta con expresiones soeces y estridencias‒ para que se los tenga por polémicos e interesantes y que están tan empeñados en producir una bomba publicitaria o en escandalizar a los lectores que no les importa atropellar y oscurecer el discurso ni hacer añicos el hilo y la idea central. He leído muchos artículos publicados en la internet que no le encuentro ni pie ni cabeza y salgo de leerlos y por fin no llego a ninguna conclusión y ningún sabor me dejan y ninguna hendija donde pueda enterarme de cual postura o posición ideológica o política o religiosa tiene su autor. So pena de una sospechosa humildad y de un supuesto respeto a la imaginación y opinión de los lectores, se dice sin decir y entra el lector en innecesarios vericuetos, trampas, arenas movedizas, abismos camuflados, laberintos. Y a veces hay mas pluma que ave y nada se dijo y huera e inútil resultó la parrafada. Pero todo esa palabra escurridiza e intrincada ‒toda esa gerundiada‒ en verdad es cobardía, flojera, exceso de artificio y mucho ‒mucho‒ miedo al compromiso. A eso le llamo escribir por escribir. Y el que sabe de gramáticas, sabe bien que está no ante un inexperto sino ante baboso, ante un alma que se repliega y se deja arrastrar por los narcisismos de la moda relativista y posmoderna. Por eso el lector se pierde e ingenuamente se culpa a sí mismo de su incapacidad o de su falta de cultura por no haber entendido; y no sabe, pues, el lector, que la incapacidad es la del autor y la torpeza y la falta de contundencia en el espíritu.
El que no tenga nada que decir, que se calle y el que no haya cultivado el espíritu sobre bases bien firmes o no haya curtido la piel del alma. Los narcisistas no tienen nada que decirle a los que buscan en un artículo o en un libro la verdad o los que anhelan pilares para sus causas justas. Y aburre mucho leer al exhibicionista o al wannabe. Dígase que la vanidad y el snobismo atrofian el buen decir y no precisamente la carencia de oficio. Estos ‒vanidad y snobismo‒ son los verdaderos enemigos de la buena redacción.
estoy de acuerdo en todo lo que comentas en este post, muchos blogs son snob puro, pero lo mas bajo es que no son solo los blogs, son los superfluos creadores de estos.
ResponderEliminarEs la filosofía de vida de los que no tienen gracia para contar cosas, de los que nunca dicen nada aun diciendo.