Pero vaya infamia ¿cómo es eso de que le llamen poesía a la cursilería y la ridiculez? ¿Cómo es posible que aún a estas alturas del pensamiento humano se haya desoído tanto a hombres como el norteamericano Ralph W. Emerson y el cubano José Martí quienes se refirieron a este concepto como a algo mayor, trascendente y elevado? Y lo peor: ¿cómo desoírse a sí mismos y desoír lo divino ‒acaso lo poético‒ que cada individuo lleva consigo como un rasgo inherente pero demasiado profundo, sólo visible después de la monda y la purga? ¡Dios mío!... y ¿cómo es que no se enteran de qué cosa es en sí la poesía, si cada cual la trae consigo, como potencia y semilla y no como exorcismo exterior o traje de señorón o señora?
Es triste ver tanta alma empobrecida y atrasada, que rehúye de todas las demandas de la energía arrolladora y exigente de la nueva era. El poeta no puede oler a moho ni tampoco llevar ese aroma escandaloso y estridente, como de quien quiere forzar por espejismo la elegancia. El poeta ya trae, porque le es inherente, la fragancia de Dios y sabe hablar con Él y de Él, y entenderse con sus silencios. Al templo de la Poesía no se lleva lo efímero. De sus incensarios sólo sale un humo perdurable. La poesía, como es esencia, no es vieja ni nueva: es eterna; y no la hace inmortal el afeite empalagoso en la palabra ni en el entorno de ella.
Y… ¿qué tiene, entonces, de eterno o poético el que versifica su bobería y su narcisismo y pone aquella voz frágil como de inexcusables amaneramiento y dramatismo para explicar ‒porque explica y no sugiere‒ una sarta de cosas intrascendentes y sensibleras, de comadreos almibarados y de bengalas que los tontos lanzan para festejar su tontería?¿O que es lo que le hace creer a algunos que el brillito y azulito plateado y los corazones sangrantes y los cisnes y esa musiquilla instrumental como de violinista que se quedó dormido puesta de complemento al engolado recitador son ingredientes que caracterizan un diseño o un ambiente que sea digno de llamarse poético? ¡Y a qué concurso puede convocar ‒y qué premio puede otorgar‒ el jurado que evalúa acaso cuál de estos cerdos parnasianos escribe la mejor bazofia! Ayer casi me infarto. Me asusté cuando encontré en el internet algo insultante. Era la convocatoria de un concurso de poesía y el anuncio de la próxima tertulia. Yo sentí pena ajena cuando vi que no encajaba aquello de «esta es una web dedicada a todos los amantes de la poesía» con aquel diseño que no lucía color sino coloretes y aquella foto del perfil de la administradora de esta página ‒ya muy madurita para esto‒, con una pose así como de quinceañera en sus quince, tiradita en el suelo y sonriendo con las dos manitas puestas así, apuntalando el mentón y la mejilla sobremaquillada. ¿Y qué era aquello? ¿El templo de la Poesía o el lupanar a donde la llevaban a prostituirse… o era el mismísimo matadero? ¡A qué describir aquí los textos que seguían a la rimbombante presentación! Nada, que la tertulia que anunciaba esta web debe de ser como aquella otra a la que fui invitado por una amiga, con las mejores intenciones, y en la que apenas pude estar durante media hora. Fue suficiente ‒y habría sido suficiente menos tiempo aún‒ para darme cuenta de que estaba ante un espectáculo casi grotesco, una especie de comparsa de versificadores desesperados por declamar y recibir el aplauso vacío, nacido del compromiso y de la inercia. Recuerdo que tuve la sensación de estar en medio de una congregación ‒o secta secreta‒ de criaturas desfasadas y oxidadas que, so pretexto del verso, solían juntarse para drenar la soledad y recuperar el ego. Y hasta segunda parte hubo ‒me contaron después‒ en esta larguísima asamblea, tan pronto se acabó la hora de la merienda, cuando entonces recomenzó el circo y siguieron desfilando los recitadores por el podio, según los iba llamando el estirado presentador. Todo el mundo tendría su momento de gloria y esperaba su turno para leer su poema. Era como en la carnicería, cuando uno arranca el ticket de la ticketera y aguarda, a que cante el carnicero el número que le ha tocado. Y tan ansiosos estaban por leer lo que llevaban preparado que ni oían al recitador de turno. Nadie, en verdad, oía a nadie. Bien puede deducirse que muchos de los presuntos poetas participantes no sólo no prestaban atención al que tenía la palabra sino que tampoco, a lo largo de sus vidas, se la habían prestado a sí propios. Tal era ‒y no otra‒ la razón por la cual se notaba que ninguno de ellos había tenido un verdadero encuentro con lo poético: un encuentro con lo celestial de sí. Aquél, indiscutiblemente, no era un ambiente que tuviese que ver con la poesía y, por el contrario, resultaba un insulto a ella.
Lo que condeno no es la falta de cultura o de oficio sino la falta de naturalidad y la sordera. Y señalo con dureza ‒casi ira‒ la picuencia ‒como se dice allá en Cuba‒, la pose esa como de provinciano bruto que llega a la ciudad y se finge fino y culto, como si se avergonzase de su modo auténtico y troncal pero a quien de todas maneras se le sale la torpeza; aunque la lleve vestida de satín. Lo que condeno es lo simplón y no lo sencillo. No hay ninguna razón para aceptar como poético lo kitsch, ese lenguaje inflado a que parezca grandilocuente y esas frasecitas demasiado holladas. Son, pues, una estafa ciertas ideas y proposiciones ‒muy manidas‒ vendidas como nuevas y que el espíritu experimentado y superior las rechaza por obvias y primarias.
Escuchemos, pues, la arenga de Martí: «hay que vindicar: poesía es esencia.» (*)
------------------------------------------------------------------------------------------------- (*) Martí, José: Obras Completas; t. 21, p.175. Editorial Ciencias Sociales. La Habana, 1975
http://osvaldo-raya.blogspot.com/
Es triste ver tanta alma empobrecida y atrasada, que rehúye de todas las demandas de la energía arrolladora y exigente de la nueva era. El poeta no puede oler a moho ni tampoco llevar ese aroma escandaloso y estridente, como de quien quiere forzar por espejismo la elegancia. El poeta ya trae, porque le es inherente, la fragancia de Dios y sabe hablar con Él y de Él, y entenderse con sus silencios. Al templo de la Poesía no se lleva lo efímero. De sus incensarios sólo sale un humo perdurable. La poesía, como es esencia, no es vieja ni nueva: es eterna; y no la hace inmortal el afeite empalagoso en la palabra ni en el entorno de ella.
Y… ¿qué tiene, entonces, de eterno o poético el que versifica su bobería y su narcisismo y pone aquella voz frágil como de inexcusables amaneramiento y dramatismo para explicar ‒porque explica y no sugiere‒ una sarta de cosas intrascendentes y sensibleras, de comadreos almibarados y de bengalas que los tontos lanzan para festejar su tontería?¿O que es lo que le hace creer a algunos que el brillito y azulito plateado y los corazones sangrantes y los cisnes y esa musiquilla instrumental como de violinista que se quedó dormido puesta de complemento al engolado recitador son ingredientes que caracterizan un diseño o un ambiente que sea digno de llamarse poético? ¡Y a qué concurso puede convocar ‒y qué premio puede otorgar‒ el jurado que evalúa acaso cuál de estos cerdos parnasianos escribe la mejor bazofia! Ayer casi me infarto. Me asusté cuando encontré en el internet algo insultante. Era la convocatoria de un concurso de poesía y el anuncio de la próxima tertulia. Yo sentí pena ajena cuando vi que no encajaba aquello de «esta es una web dedicada a todos los amantes de la poesía» con aquel diseño que no lucía color sino coloretes y aquella foto del perfil de la administradora de esta página ‒ya muy madurita para esto‒, con una pose así como de quinceañera en sus quince, tiradita en el suelo y sonriendo con las dos manitas puestas así, apuntalando el mentón y la mejilla sobremaquillada. ¿Y qué era aquello? ¿El templo de la Poesía o el lupanar a donde la llevaban a prostituirse… o era el mismísimo matadero? ¡A qué describir aquí los textos que seguían a la rimbombante presentación! Nada, que la tertulia que anunciaba esta web debe de ser como aquella otra a la que fui invitado por una amiga, con las mejores intenciones, y en la que apenas pude estar durante media hora. Fue suficiente ‒y habría sido suficiente menos tiempo aún‒ para darme cuenta de que estaba ante un espectáculo casi grotesco, una especie de comparsa de versificadores desesperados por declamar y recibir el aplauso vacío, nacido del compromiso y de la inercia. Recuerdo que tuve la sensación de estar en medio de una congregación ‒o secta secreta‒ de criaturas desfasadas y oxidadas que, so pretexto del verso, solían juntarse para drenar la soledad y recuperar el ego. Y hasta segunda parte hubo ‒me contaron después‒ en esta larguísima asamblea, tan pronto se acabó la hora de la merienda, cuando entonces recomenzó el circo y siguieron desfilando los recitadores por el podio, según los iba llamando el estirado presentador. Todo el mundo tendría su momento de gloria y esperaba su turno para leer su poema. Era como en la carnicería, cuando uno arranca el ticket de la ticketera y aguarda, a que cante el carnicero el número que le ha tocado. Y tan ansiosos estaban por leer lo que llevaban preparado que ni oían al recitador de turno. Nadie, en verdad, oía a nadie. Bien puede deducirse que muchos de los presuntos poetas participantes no sólo no prestaban atención al que tenía la palabra sino que tampoco, a lo largo de sus vidas, se la habían prestado a sí propios. Tal era ‒y no otra‒ la razón por la cual se notaba que ninguno de ellos había tenido un verdadero encuentro con lo poético: un encuentro con lo celestial de sí. Aquél, indiscutiblemente, no era un ambiente que tuviese que ver con la poesía y, por el contrario, resultaba un insulto a ella.
Lo que condeno no es la falta de cultura o de oficio sino la falta de naturalidad y la sordera. Y señalo con dureza ‒casi ira‒ la picuencia ‒como se dice allá en Cuba‒, la pose esa como de provinciano bruto que llega a la ciudad y se finge fino y culto, como si se avergonzase de su modo auténtico y troncal pero a quien de todas maneras se le sale la torpeza; aunque la lleve vestida de satín. Lo que condeno es lo simplón y no lo sencillo. No hay ninguna razón para aceptar como poético lo kitsch, ese lenguaje inflado a que parezca grandilocuente y esas frasecitas demasiado holladas. Son, pues, una estafa ciertas ideas y proposiciones ‒muy manidas‒ vendidas como nuevas y que el espíritu experimentado y superior las rechaza por obvias y primarias.
Escuchemos, pues, la arenga de Martí: «hay que vindicar: poesía es esencia.» (*)
------------------------------------------------------------------------------------------------- (*) Martí, José: Obras Completas; t. 21, p.175. Editorial Ciencias Sociales. La Habana, 1975
http://osvaldo-raya.blogspot.com/
Huyo de la "Poesia elitista, intelectualista que duerme en los estantes viejos de las viejas librerias de mi ciudad" a falta de un publico que no entiende de imagenes que van mas alla de lo sensorial, intimista, coloquial, humano. Publico acostumbrado a sentir y a vibrar internamente ante un poema dedicado al amor de pareja, al filial o al que se consolida a traves de una gran amistad, independientemente de la edad.
ResponderEliminarLa juventud se lleva dentro, ya lo sentiras cuando tengas ochenta annios y sigas sintiendo como un joven de 18.
Amigo, en el inmenso campo de la literatura hay tambien un inmenso publico que se acoge a las formas y estilos que mejor se acerquen a sus gustos y preferencias. Todavia los pobres provincianos son mayorias y posiblemente sean los mas interesados en buscar la poesia que les regale un poco de aliento para seguir sonnando.
A los verdaderos intelectuales como usted le falta un gran camino por recorrer.
Que Dios lo bendiga. Lo seguire leyendo porque me gusta su linea de pensamiento
Saludos
Esperanza E Serrano