¿Es que acaso sentido práctico quiere decir vasallo de las circunstancias, reo de sí, fiel a todos menos a sí mismo o tal vez quiera decir mediocre, perezoso, pendenciero? Revisemos este concepto que ha estado siendo prostituido por la gente inferior o de media talla.
Cuando, allá, en mi país. trabajaba como profesor de Literatura en la enseñanza media superior, desde 1979 hasta 1992, la corrupción y el fraude promovido por el propio gobierno campeaba libremente y obligaban a los maestros a promover al cien por ciento del alumnado ‒y todo con tal de lucir internacionalmente unos resultados académicos que revelasen la eficiencia de la educación socialista, como si ningún educando de este tipo de orden social no se equivocase nunca en sus exámenes parciales ni finales;‒ cuando, allá, en Cuba, trabajaba como profesor, yo me negaba rotundamente a inflar las calificaciones de mis alumnos y, por el contrario, los obligaba a estudiar más y a tener criterio propio, exigiéndoles resultados de acuerdo con sus capacidades y esfuerzo. De paso, les enseñaba a condenar la moda facilista y promocionista por inmoral y anti-educativa y, sobre todo, por el daño que eso le hace al libre desarrollo de las facultades creadoras. Por todo ello ‒y también por disentir de abiertamente de la política gubernamental‒, claro, tuve que pagar un precio. Y fui despedido de mi trabajo e incluso estuve unos días encerrado en un calabozo de la Policía Política. Y fui amenazado y perseguido hasta salir definitivamente al exilio. Enhorabuena; porque, sí, pagué un precio pero fui premiado por mi conciencia y puede sentirme con la tranquilidad de no haberme manchado jamás con la inmoralidad y el anti-profesionalismo. Y me sentí hombre libre, aun en una nación que toda ella parece una cárcel.
Sin embargo, llovieron las críticas y tuve que soportar que mucha de las personas que me conocían me tuviesen como un tipo poco práctico y rebelde. En realidad, eran ellos ‒y no yo‒ los poco prácticos. Lo que pasa es que demasiada gente suele negarse a entender que la praxis verdadera es esforzarse por ser un hombre mejor, viviendo de un modo que tienda a la pureza y superioridad espiritual. Lo práctico es trabajar todos los días ejemplarmente y en pos de la trascendencia como ser humano y como profesional. El cumplimiento limpio y amoroso de nuestros compromisos con la vida nos hace eternos, nos proyecta más allá de lo accidental y cotidiano y nos acerca a Dios. El enano que crea que la vida es cosa efímera y que nuestros actos no quedan grabados en la memoria universal y no le importe ese juicio final, que no es en el cielo donde se hace sino en lo entrañable de nuestra conciencia, un día ‒no se sabe cuál‒ dará al traste con su propia conciencia y con las consecuencias de su cobardía e inferioridad. Amar no es perder el tiempo; es ganarlo.
Y no me explico cómo, aún sabiendo como yo pensaba, algunos insistían en aconsejarme y conminarme a una reflexión propia de esa gente de visión muy corta o esa chusma que, por pícara, ya se cree sabia y aventajada: « Está bien, Raya, todo eso está muy bonito ‒muy ideal‒; pero tú tienes que aprender a vivir y ser más práctico y no nadar contra la corriente y da por aprobados a esos alumnos que reprobaron su examen.» De modo que práctico ‒según mis expertos colegas‒ quería decir fraudulento e inmoral. Sin embargo, los que nadan contra la corriente son los que dan este tipo de consejos; por eso, porque nadan contra Dios y contra su propia y visceral divinidad. Y yo insisto: la praxis verdadera es no la de aquel que trabaja para la ocasión y la inmediatez, sino el que laborea para la eternidad, el que logra trascender más allá del pan que se gana y del instinto primitivo de conservación. Ser práctico no es complacer como criatura ordinaria los dictámenes de la más baja moral que hace al hombre cobarde e intrascendente, sobornable y estúpido. Los de vista tan corta no son hombres prácticos ni los que creen que la eternidad es una fábula de la teología y no algo potencial, como semilla, que crece poco a poco en el alma humana.
De aquellos tiempos, también recuerdo a aquel colega mío ‒pero del departamento de Biología‒ que se apuntó para participar como colaborador de la dictadura en aquella especie de pandilla paramilitar ‒las llamadas Brigadas de Acción Rápida‒ destinada a neutralizar a golpes ‒o a como fuera‒ a todo el que se pronunciase en contra de las ideas y del régimen socialistas. Se apuntó para colaborar con la represión. Un día yo le pregunté que por qué se aliaba a la infamia, si él ya me había confesado que no creía en la Revolución. Me contestó que lo hacía por un sentido práctico y porque había que pensar en el futuro; pues, al apuntarse, podría acelerar su promoción a jefe de departamento. «Y también lo hago ‒me dijo‒ porque tengo hijos y necesito el visto bueno del Partido para que ellos en el futuro puedan optar por una buena carrera universitaria. De no apuntarme en las Brigadas de Acción Rápida, mis hijos podrían ser molestados en sus escuelas o descalificados por ser hijos de alguien que se negó a inscribirse en las brigadas.» Yo le repliqué que precisamente por el futuro y por sus hijos y por un sentido práctico era que no debería seguirle la corriente al oficialismo, a un gobierno capaz de cuartar la libertad de expresión, de golpear o de encarcelar y hasta de asesinar a los que se le oponían. En efecto, años después, sus hijos crecieron y se enteraron de la opción que escogió su padre y aquí en el exilio, se enteraron de aquello y le pidieron cuentas.
Pero yo seguí siendo poco práctico y seguí luchando por lo creía que se adecuaba a mis principios y no socavaba mi libertad como individuo. Finalmente, después de padecer persecución y otras penurias por mi condición de disidente, salí al exilio.
Y aquí en Miami sigo desentendido de la extraña praxis que la mayoría de la gente ‒y pena que sea la mayoría‒ entiende como buena y funcional. Y otra vez tengo sabios consejeros; con tal de aprenda yo a seguir la corriente y me adapte a mi nueva y adversa circunstancia de recién llegado. A saber: Mi amigo John ‒que antes se llamaba Juan pero como es un tipo práctico se cambió nombre‒ se rió de mí cuando supo que yo estaba escribiendo una novela, en vez de hacer más over time en mi trabajo o cubrir mis horas libres con un segundo empleo y así ganar y ganar más dinero. Según sus consejos yo debería olvidarme de mi vieja sapiencia y de esa tontería mía de escribir y esforzarme en lograr el aval de mis jefes para llegar a ser jefe de limpieza y mantenimiento del almacén donde mi tarea era barrer y recoger la basura. John ‒que cuando se llamaba Juan escribía versos y leía a Saint-Exupèry‒, una tarde se sentó conmigo muy ceremonioso ‒como de las criaturas más experimentadas de este mundo‒ a darme el gran sermón y dictarme el salmo de Miami: «Creo que ya es hora de que tu avión acabe por fin de aterrizar en Miami y te olvides que de tu cultura y tus viejos dones.» Pero mi avión ya había aterrizado donde tenía que aterrizar: en La Habana, allá, donde nací y me hice hombre. Mi pobre amigo obvió un paso en su propia vida. Nació y creció en La Habana y estuvo dando vueltas en el aire ‒sin aterrizar en la ciudad natal‒ hasta que por fin aterrizó en Miami.
Otro caso penoso es el de Pedro Andrés de quien parece que también tengo mucho que aprender, sobre todo de su profundo sentido práctico. Este tío es alguien que, por ser tan práctico, renunció a sus sueños de ser actor ‒o de terminar alguna carrera‒ y se apuró, para estar a la altura de sus vecinos y sus compañeros y seguir la tradición de aparecer en una muy tierna foto hogareña. De ahí que se apresurara en buscar, a pesar de ser clandestinamente gay, una mujer para casarse y tener hijos y luego un perro y una mansión en Cape Coral. Pues a Pedro, un día, le faltó poco para decirme «de qué te sirve, Raya, ser licenciado y saber todo lo que tú sabes y tanta dignidad y tanta espiritualidad, si nada de eso te ha servido para progresar aquí, en Miami. Tienes que ser más práctico. Mírame a mí: soy un ignorante pero tengo una casa grande y mi propia familia; además hablo ingles y gano más de 13 dollares la hora. Allá en Cuba tú eras el sabio. Aquí, ahora, el sabio soy yo.» Y ahí lo tenemos ‒a Pedro‒ viviendo su monotonía y sufriendo en secreto. Ah… y hace poco tuve noticias de que perdió ‒porque no pudo pagarla‒ la casa de Cape Coral. Su esposa y él viven la rutina y duermen cada noche cada uno en su lado de la cama ‒sin tocarse‒, así, como dos hermanitos o dos compañeritos de batalla, cansados de trabajar hasta muy tarde y de atender a los críos y de sacar cuentas para pagar las tarjetas de crédito. Empero Pedro sigue creyéndose un tipo práctico e insiste en vivir en la mentira y la renunciación. Él desconoce la praxis de ser y sólo conoce la de tener y conservar. Prefiere no quedar bien consigo mismo; porque es demasiado riesgoso vivir con la verdad y tratar de ser libre y mejor.
Sépase, pues, que lo más práctico del mundo es amar y caminar por el camino recto; mas no entre dos verdades ‒como una marioneta de la inmediatez‒ sino en esa única e indiscutible que nos hace eternos.
Y, a modo de epílogo, vale la siguiente anécdota:
Recuerdo que mis colegas del Departamento de Español y Literatura murmuraban acerca de cómo yo me desgastaba o perdía supuestamente el tiempo dedicándole horas extraordinarias a mis alumnos. Yo me hacía cargo del taller literario ‒que era en las noches de los viernes‒ o del entrenamiento y ensayos del grupo de teatro estudiantil ‒a veces sábado o domingo o martes y miércoles en horario nocturno‒ o de la preparación del Festival Estudiantil de Aficionados. La hora del receso o en los intermedios de las clases las disfrutaba conversando con la muchachada y enterándome de sus inquietudes y sueños y aconsejándolos o riéndome de sus ocurrencias. O la salida del trabajo me llegaba hasta la casa de algún alumno que se había ausentado por enfermedad o porque estaba deprimido por algún mal de amores o porque tuvieron problemas de familia. Muchas veces me tocaba mediar para que una pareja de novios no deshiciera el bonito romance por causa de celos o de incomprensión de una de las partes. El tiempo no me alcanzaba pero yo era más feliz que aquel colega que dejaba a sus chicos con la palabra en la boca o le decía «ahora no puedo hablar contigo porque estoy ocupado» ‒como si la mayor ocupación de un maestro no fuese ésa, atender a toda hora y alimentar de amor a las jóvenes almas. Muchos en el Departamento pensaban que sí, que yo no era muy práctico y me desgastaba en cosas que no valían la pena o que perdía mi tiempo con los estudiantes… pero yo disfrutaba y disfrutaba ser maestro y ver el brillo en los ojos de mis alumnos cuando se sentían valorados e importantes o cuando se realizaban mostrándome sus creaciones literarias, sus proyectos. No había nada más grandioso para mí ver en el rostro la alegría del que aprende algo y descubre el mundo o se descubre a si mismo a través de aquella clase de Literatura que se extendía más allá del horario escolar y más allá de aquellos días y de aquellos años. Y pasaron más de veinte años de aquella etapa de mi vida, cuando, de repente, un día fui hospitalizado un importante centro con un diagnóstico terrible. Mas… ¿quiénes creéis que iban a visitarme todos los días a mi cama de recién operado o iban a llevarme comida o a darme dinero para pagar mi renta o llevarse mi ropa para lavarla o quién era ése buen hombre que hasta dejó de trabajar para acompañarme a el día que me hicieron la biopsia y quiénes aquéllos que hablaron con mi médico responsablemente como si fuesen mis hijos o familia cercana? ¿Cuáles fueron esas bellas personas que se movilizaron para resolver ciertos asuntos burocráticos y hacer ciertas gestiones para conseguirme los beneficios del seguro médico gratuito que otorga el gobierno? O ¿quiénes fueron los que pasaron más de trece horas esperando que mi cirujano cardio-toráxico terminara su trabajo y les diera una buena noticia? O ¿quiénes llamaron desde España e Italia o se intercambiaron mensajes electrónicos entre Puerto ‒y otros lugares‒ y Miami preocupados por los resultados de mi operación. Y aun más… quien creéis que es mi médico primario o ese médico amigo que iba después de su trabajo a inyectarme a mi casa contra el vómito en los días difíciles de la quimioterapia o la radioterapia? ¿Quiénes son esos amorosos compatriotas ‒exiliados como yo‒, de unos treinta y tantos o casi cuarenta años, que casi todos los días me llaman por teléfono para ver cómo va mi salud o ver qué cosa me está haciendo falta?
Raya,
ResponderEliminarMe ha emocionado mucho leer este post. Yo estuve al tanto de su enfermedad justamente gracias a Carlos Manuel, que infatigablemente publicó noticias sobre Ud. en Facebook.
Me da mucha alegría que recuerde y pueda evocar de forma tan vívida aquellos años en que Ud. fuera nuestro profe en el pre Guiteras. Casualmente, anoche dejé un comentario en el blog de ese alucinado que es Garrincha, allí hablo de Ud. y de su traza en nuestras vidas. Lo escribí con cariño y admiración.
Me alegra mucho contarme todavía entre su familia de amigos. Ya nos veremos cuando vuelva a Miami y si quiere venir de excursión a Montreal, sabe que aquí tiene su casa.
Un abrazo.
I.A.
Jose Marti, siempre citado y citable en su infinita sabiduria, tiene algo que aportar...
ResponderEliminarHablando hace unos dias de este tema recibi, de ti, mi eterno maestro, la siguiente frase...
"acuerdate de aquello de marti que dice PARA LA GENTE COMUN SU POCO DE MUSICA COMUN Y SI HAY QUE HABLAR LA LENGUA RUIN LA HABLAMOS PERO PARA UNO EN SU INTERIOR EN LA INTIMIDAD DE SU CASA LO ALTO Y LO PURO PORQUE UNO PAGA MUY CARO TENER LA CABEZA DEMASIADO ALTA..jose marti
Un abrazo, Jamy
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarmucha razon tienes, cuanta razon tiene la memoria de que te vengan todos estos recuerdos,pero a pesar de todo, estas, y estaremos para seguir recibiendo de ti, eso que alguien sin ninguna boberia, decidio darle este significado, LO MEJOR
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