¡Ay Dios mío… aquellas croquetas que a uno se le pegaban en el cielo de la boca! Allá por los ’70 la cosa estaba mala en Cuba, tanto como en los ’80 y en los ’90. Y en la década actual, también. Sí, porque la cosa siempre estuvo ‒y está‒ mala desde que el Usurpador tomó el poder en 1959. Es decir; que la historia nacional, desde aquel fatídico año hasta la fecha, no ha sido otra cosa que una sucesión de crisis, en las que lo común era la escasez de alimentos y la racionalización. Lo que pasa es que cada una de estas crisis tuvo su propia distinción: en una se habló mucho de la carne rusa y el spam chino; en otra, del huevo y de los chicharos y luego, de aquel polvo de color cenizo y compuesto de supuestos nutrientes especiales que pretendía sustituir la leche y que se conocía con el nombre de Cerelak. Y ya por el último, sobresalió el famoso picadillo de soja que era una mezcla diabólica de carne molida y soja ‒pero más proteína del vegetal que del animal‒, lo cual más bien parecía alimento para dinosaurios.
Y volviendo a la croqueta: Siempre quise homenajearla. Incluso, en aquella época, llegué a pensar que la croqueta debería ser considerada como un símbolo patrio, algo que debería formar parte del escudo de la nación. Es que ‒quiera o no‒ tengo que recordarla con cariño; porque, aunque sabía a chirle de cabritos pastoreados en el planeta Urano o a denso caldo de zapato viejo ‒como aquel sazonado por Chaplin en una de sus películas‒, tengo que reconocer que me mató mucha hambre durante mi juventud. No había otra cosa que croqueta en todas las cafeterías de La Habana. Y le decían la cosmonauta porque se pegaba en el cielo de la boca. Tú ni te dabas cuenta de que ella ‒o algún residuo de ella‒ estaba aún ahí, aferrada, fiel a ti; para que volvieras a masticarla y a saborearla por segunda vez, ya cuando había pasado un buen rato de que supuestamente te la habías comido. Me acuerdo que era difícil despegarla porque era como una estrella sin luz en nuestro firmamento ‒o cosmos‒ bucal. A mí nunca me importó; pero jamás se supo de qué estaban hechas. Una vez oí un comentario de que las hacían con la sobra de lo que dejaban en los comedores de obreros o de escolares. Que molían todo aquel sancocho y lo convertían en una pasta seca a la que después le daban forma y la dejaban lista para freír. Puede ser. No lo dudo. Es que cualquier cosa puede esperarse de un gobierno que desprecia a su propio pueblo y lo ve como si fuese su ganadería o su lote de esclavos y le da igual lo que le pone en los abrevaderos del corral o en las alacenas de los barracones.
Todavía después de tantos años y aquí en el exilio, me reviso bien la boca; no sea que…
http://osvaldo-raya.blogspot.com/
Y volviendo a la croqueta: Siempre quise homenajearla. Incluso, en aquella época, llegué a pensar que la croqueta debería ser considerada como un símbolo patrio, algo que debería formar parte del escudo de la nación. Es que ‒quiera o no‒ tengo que recordarla con cariño; porque, aunque sabía a chirle de cabritos pastoreados en el planeta Urano o a denso caldo de zapato viejo ‒como aquel sazonado por Chaplin en una de sus películas‒, tengo que reconocer que me mató mucha hambre durante mi juventud. No había otra cosa que croqueta en todas las cafeterías de La Habana. Y le decían la cosmonauta porque se pegaba en el cielo de la boca. Tú ni te dabas cuenta de que ella ‒o algún residuo de ella‒ estaba aún ahí, aferrada, fiel a ti; para que volvieras a masticarla y a saborearla por segunda vez, ya cuando había pasado un buen rato de que supuestamente te la habías comido. Me acuerdo que era difícil despegarla porque era como una estrella sin luz en nuestro firmamento ‒o cosmos‒ bucal. A mí nunca me importó; pero jamás se supo de qué estaban hechas. Una vez oí un comentario de que las hacían con la sobra de lo que dejaban en los comedores de obreros o de escolares. Que molían todo aquel sancocho y lo convertían en una pasta seca a la que después le daban forma y la dejaban lista para freír. Puede ser. No lo dudo. Es que cualquier cosa puede esperarse de un gobierno que desprecia a su propio pueblo y lo ve como si fuese su ganadería o su lote de esclavos y le da igual lo que le pone en los abrevaderos del corral o en las alacenas de los barracones.
Todavía después de tantos años y aquí en el exilio, me reviso bien la boca; no sea que…
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Esas si las probe y las recuerdo...
ResponderEliminarQue tal hacer una bandera en honor a la croqueta?
Profe...esta gastronomico Ud con las croquetas y el petits pois....)
Eso tiene su mensaje....
@julita
sabes que? describiste exactamente como siempre he sospechado que el tiburon decrepito nos miraba, como si fuera una ganaderia o un lote de esclavos, no tiene otros terminos mas apropiados. Lo unico que te falto fue mencionar la PASTA DE OCA, para cuando llego esa epoca es posible que ya no hayas estado, yo estoy todavia con peste a nuevo. Esa pasta estaba compuesta de otro misterio mas entre los que aun se estan descifrando. Un amigo mio trabajaba en la cocina de elaboracion de Artemisa, hicimos cirta amistad y me revelo que de los panes sobrantes en los bares y de las carnes no vendidas en las tiendas o restaurantes, es que se hace la masa de las croquetas, dice que a veces los panes y las carnes estan verdes porque se dejan el tiempo suficiente como para que si alguien lo iba a comprar, pues se venda. Toda esa pudricion se cose en un caldero con un monton de sazones y ajo por doquier y de ahi salen las croquetas, que antes de yo salir de Cuba les detectaba un sabor acido, el me decia que ese era el sabor de lo podrido pasado por el fuego. Tal como le cuento.
ResponderEliminarconsiderese linkeado
ResponderEliminarProfe....
ResponderEliminarEn nuestro Blog tienes un Premio
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Abrazos,
@Julita
Yo me fui de Cuba a los 14 años y me acuerdo de la croqueta con pan y un poco de ketchup. Hay que hacerle un monumento porque a muchos salvó la vida.
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