viernes, 13 de marzo de 2009

CARTA A MI AMIGA IVELIS SOTOMAYOR por osvaldo raya

Soy muy dichoso. Te tengo y me tienes. Tú eres de esos amigos así de poderosos que sólo usan una cuarta del voltaje que acumulan y ya seducen para siempre y se hacen inolvidables. Y es que a veces ellos ni saben lo que provocan en el cielo mismo de cada alma solitaria y deseosa de ser conquistada por otra alma. Y sí, hay amigos que me secuestran el entendimiento y la sabiduría y me dejan bruto, celoso, salvaje de la razón y de la mente; pero me hacen el más iluminado y entendido en los sentimientos y el amor. Tú eres así y eso es un modo de salvarme la vida. No es lo que sabemos de literatura o de religión lo que nos hace felices a los hombres sino nuestra indiscutible conexion con la esencia. Y a mí me pasa. Cuando amo, me siento maestro de todo y alumno de directo de Dios. Y yo te amo, mi niña, y a todos los que en los días difíciles me acompañaron y me dejaron, en la mejilla que guardo para lo eterno, el beso salvador. Entonces no cabe duda: el amor es la borla, y el sudor ‒lo es también‒ de aquél que laborea como Hércules y cumple su tarea.

Sucede que no se puede excluir la inteligencia de los sentimientos ni encaminar nuestra vida únicamente hacia el conocimiento y la ciencia. No entiendo porqué no nos enseñan en la escuela a ser felices ni a lidiar con el mundo de los afectos y las emociones. Siempre nos educaron para competir, nos entrenaron para fanfarronear y repetir. A veces, al graduarnos de la universidad, notamos que nos ha crecido la cabeza y se nos ha achicado el corazón. Empero, la verdadera y divina inteligencia involucra a nuestras emociones y ésa es la que nos prepara para la existencia; porque en la vida cotidiana andamos entre los estados de animo de quienes nos rodean o envueltos en el manto de nuestras propias inquietudes afectivas. Por eso puedo afirmarte que el amor es lo más inteligente, la patria imaginada, el mito, los dioses y sus rituales, los cantos de sirenas y el pícaro sonido del garabato de Elegguá cuando está abriendo caminos en el monte.
Dichosos y sabios mis amigos ‒casi todos cubanos‒ porque han sabido vivir dentro del mito. Allá en Cuba, a la hora del café ‒cuando hay café‒ o a la salida del trabajo, se suele tener esa extraña conversación acerca de las ofrendas y los oráculos y de las apariciones de espíritus y de los mensajes de los ángeles que se posan en la mesita de noche, a las tres o las cinco de la madrugada. Ser cubano es ser amante ‒que no es ese sambenito de puto que nos cuelgan algunos europeos‒; y es como una sabiduría ser cubano.

Todos los días me acuerdo de la ciudad que a veces me ayuda a no morirme del susto que habría resultado la vida sin mi propia leyenda y ‒peor‒ sin la de todo mi pueblo. Y es que cada individuo de nuestra tribu posee esa potente y humana divinidad que lo hace capaz de levantarse de todas las caídas y de amar lo que toca y lo que mira. Yo mismo, por ejemplo, puedo decir así, sin temor a los que se la pasan exigiendo consenso y evidencias tangibles, que estoy vivo y contento gracias a Yemayá ‒la Poseidona de La Habana‒ y a Babalú Ayé ‒mi San Lázaro, el de los perros y las muletas‒ y mi San Judas Tadeo. ¡Y cuánto le debo a Shangó y a mi preciosa virgencita de la Caridad, nuestra Istar, nuestra Afrodita! A donde quiera que vayamos los cubanos llevamos con nosotros el aura violeta de nuestra amada islita.

Cuba no es un país sino un alma colectiva de seres dotados para ser bailarines a la vez que sacerdotes. Para nosotros, la alegría forma parte del ritual a nuestros dioses y así los homenajeamos en medio de las ruinas de afuera, y las del alma. Nadie crea que el tirano nos ha vencido o nos ha invalidado el amor. El Cesar se morirá con las ganas de deshacer nuestra gracia. Somos invencibles. Cincuenta años con la bota encima y seguimos vivos y sin desistir de la esperanza de que un día un San Jorge vendrá y matará, con su espada flamígera, al dragón que nos acecha.
Estoy lejos, igual que tú. Vivo ahora en tierra firme y peninsular ‒tierra acogedora pero distinta‒ mas no importa: yo mismo ya soy Cuba o, como un caracol, me la llevo a todas partes, sin alardes de banderitas ni símbolos que lo evidencien. Yo sé que a ti te ha pasado lo mismo. Y tú vas a saber que digo bien cuando digo que Cuba es mi gracia, mi poesía, mi don para hablar con todas las alturas y entender todos los mitos. Cuba es mi inteligencia; porque es el amor grande.

Tuyo
O. R.

1 comentario:

  1. Este comentario se lo dejé hoy en mi blog. Como veo que aquí le responde a otra de sus alumnas y amiga, aquí le va:

    ¡Profe Raya! Esto si es un honor muy grande para mi! Si le gusta mi blog y lo que escribo y me siente sin miedo y comprometida, ¡felicítese Ud. también! En la vida hay ciertas cosas que se aprenden en familia; otra parte muy importante la pone uno mismo, pero creo que esa parte muchas veces crece a partir del conocimiento que nos transmiten seres especiales como Ud. No todo el mundo puede ser maestro; no todo aquel que lo llega a ser sabe enseñar. En medio de aquel totalitarismo, Ud. ejerció con pasión y nos entregó algo más para la vida: nos ayudó a convertirnos en hombres y mujeres que piensan, en seres con ideas propias. Creo que ese fue nuestro tesoro a largo de todos estos años. Muchas gracias, Raya, por habernos nutrido con su savia.

    Le sigo debiendo las fotos del grupo de teatro. Se las mando a su cuenta de correos hoy ¡sin falta!

    Un abrazo y gracias por pasar.

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por ANGEL PEREZ pintor cubano-americano